miércoles, 27 de mayo de 2015

OVEJAS

Izagaondoa, 27 de mayo de 1317


-¿De verdad creéis que tiene sentido continuar con esta locura?

-Habla por ti, Guillén: nuestros abuelos y nuestros padres no fueron perseguidos para que nosotros nos rindamos ahora.

-Mantener la legitimidad no nos conduce a ningún sitio: al fin y al cabo todos sabemos que la dinastía real originaria de Navarra ya no volverá a sentarse en el trono. Han pasado más de ochenta años, por Dios...

-Repito que tú puedes hacer -como haces siempre- lo que quieras, Guillen de Zuazu, pero creo hablar por vosotros dos, Jimeno de Lizoain y Pedro de Redín, y desde luego en mi propio nombre, como que me llamo Martín de Larrangoz, si juro que la antorcha que encendieron nuestros antepasados seguirá iluminando nuestro camino.

-No he dicho que vaya a abandonar nuestra causa, Martín, sólo que quizás nos convendría reflexionar sobre la conveniencia de seguir viviendo dentro de un sueño: los reyes de Navarra vienen de Francia desde los tiempos de Teobaldo I. Y cinco monarcas más se han sucedido en el trono desde que murió el champañés. Hablas de nuestros abuelos y de nuestros padres, pero casi todos ellos murieron en prisión por empeñarse en mantener la perdida causa de Sancho VII, apodado el Fuerte. Los que no murieron se empobrecieron hasta llegar a nuestro lamentable estado actual: todos los nobles del reino aceptan los hechos consumados menos nosotros. ¿Queréis que nuestros hijos participen también de este miserable destino que nosotros hemos heredado?

-Te equivocas, Guillén, porque este asunto hace tiempo que dejó de tener que ver con la legitimidad o no de quien lleve sobre su cabeza la corona de Navarra en un momento determinado. No: quizás comenzó precisamente por eso, pero ahora lo verdaderamente importante es saber si podemos mirar el reflejo de nuestros rostros en el Irati sin tener que apartar la mirada por pura vergüenza.

-¿De qué estás hablando?

-Vamos, los cuatro sabemos lo que supone la última orden de los oficiales del rey Felipe. La obligación de que cada caballero navarro presente ante ellos su sello renovado a la moda anglo-normanda, y por tanto con el jinete cabalgando hacia la derecha, implica el abandono definitivo de nuestras tradiciones y nuestras costumbres. ¡Y os digo que yo no me doblegaré jamás ante un rey que nunca ha salido de París, ni conoce como son nuestras montañas o cuál es el aroma de nuestros vinos! Y por supuesto, sé perfectamente que todos los demás linajes -con tal de mantener sus prebendas- lo harán, pero yo me niego a modificar el antiquísimo sello de mi familia: aquel que muestra al caballero de Larrangoz cabalgando hacia la izquierda, igual que lo hicieron los legítimos reyes: Sancho VI y su hijo Sancho VII. ¿Y vosotros: preferiréis manteneros en pie, u os arrodillareis sumisamente ante vuestro dueño francés?


-Pero mantener la individualidad nos puede costar tan caro como a nuestros antepasados...


-La individualidad es la cualidad que nos convierte en seres humanos, si renunciamos a ejercerla no somos más que ovejas. Seguro que el rey ordenará perseguirnos en cuanto sus esbirros le cuenten que nuestros sellos no van en la dirección que ellos ordenaron, pero podremos mirarles a la cara a ellos y a cualquiera que se incline ante ellos. Vamos, no tenemos mucho tiempo, ¿qué decidís? Ya os lo he dicho pero lo repetiré: yo, Martín de Larrangoz no soy una oveja.

-Y yo, Pedro de Redín, tampoco soy una oveja.

-Y yo, Jimeno de Lizoain, tampoco soy una oveja.

-Puede que estéis completamente locos, aunque desde luego espero que llegue un día en que todos los navarros se vuelvan tan locos como vosotros, y hasta sé de un adivino de Corella que lo ha profetizado...
Además, detesto acatar órdenes injustas, así que sí: yo, Guillén de Zuazu tampoco soy una oveja y marcharé por tanto hacia la izquierda, que siempre me ha parecido la mejor senda por la que avanzar...


Y que vengan los oficiales del rey Felipe a por nosotros, si es que se atreven...


© Mikel Zuza, 2015