domingo, 22 de septiembre de 2013

EL TURISMO ES UN GRAN INVENTO

Tudela, 21 de septiembre de 1442


Nada mejor que recibir el otoño a orillas del Ebro, han pensado Agnes y Carlos. Así que aparejando a toda prisa su carreta, hacia la dorada ciudad de Tudela dirigen sus pasos. Y puestos en la duda de hacerlo por el camino libre de peajes o por el que su padre -el tiránico don Juan- grava con todo tipo de pechas y gabelas, deciden utilizar este último, sin que su principesca condición les libre de pagar hasta el último cornado.

Muy en cuestión será quitar este impuesto cuando yo reine, piensa Carlos, que no es razón separar a unos y otros habitantes según donde residan. Y que no han de pagar los de la Ribera por subir a Pamplona, si éstos no lo hacen tampoco por acercarse a la mar que baña la costa de "Ypuzcoa". Contrafuero gravísimo le parece tal cosa, y ha de corregirlo en cuanto pueda, aunque Agnes -escéptica- le dice que sí, que lo conseguirá "cuando se aplane el Moncayo al nivel de la Ribera", con lo que demuestra que a pesar de llevar tan sólo cuatro años en Navarra, está ya muy puesta en el folclor popular de sus súbditos.

Y al poco de llegar, descubren que ya bulle la calle Herrerías con un nutrido mercado futurista, que les ha dado últimamente a todos los comerciantes ambulantes de este reino por organizar en cada pueblo sus tenderetes a la manera en que ellos piensan que se vestirá y se comprará en el siglo XXI. En uno de ellos hay un artista que vende hermosas y helicoidales piezas por él mismo elaboradas con "oro vegetal", que es material muy vistoso proveniente de la rara planta del Capim, que al parecer sólo crece en el lejano país de Jalapao, y muchos torques y anillos se prueba la princesa.

Pero apetece ya un poco de paz, así que abandonando el gentío se van paseando hacia la catedral, cuya imponente puerta del Juicio les espera como siempre para mostrarles su selecta colección de castigos y torturas  infernales. Y estando allí meditando ante semejante biblia de piedra, les parece empezar a oír de fondo, quizás más allá de San Jaime, hacia la rúa de Carnicerías, una estruendosa música acompañada por berridos de más difícil interpretación por el momento que todas estas dovelas tan sumamente bien talladas.

-¿Qué cantan?

-Cantar no sé, más bien chillan no sé qué de un "Corazón latino".

-¿La de Bisbal?

-¡Ah, que bueno sería que ese tal Bisbal -si es quien ha perpetrado semejante abominación- cayera un ratico en manos de estos demonios de la portada!

-Mira que eres exagerado, Carlos.

-Espera, que ahora se arrancan con otra tonada...

-¡Esta me suena que es de la afamada y bella juglaresa florentina Rafaella de Carrá!

-Creo entender que la historia trata de un hombre que se hizo pasar por enfermo de peste para ahuyentar a su mujer de casa, pensado que así él podría holgar más tranquilamente con su amiga. Pero como la mujer regresó inesperadamente, él tuvo que esconder a su amante en la alacena.

-¿Qué me dices, Carlos, que tenía una mujer dentro del armario?

-Tal parece,sí. Así que esta canción debe ser sin duda uno de esos planctos o lamentaciones que tan de moda se han puesto en nuestro siglo XV, pues escucho grandes voces que encogen el corazón al clamar: "¡Ay, ay, ay, qué dolor, qué dolor!", y que sin duda deben estar gritando unas llorosas plañideras...

Ya muy intrigados, les basta con seguir la barahúnda para llegar al origen de todo aquel ruido. Y hay efectivamente ante las tabernas de la calle Carnicerías una concentración de muchachas vestidas de verde, que llevan atuendo y gorro parecido al que siempre llevaba el justiciero inglés Robin Hood, y que bailan y cantan al son que les marca una banda de músicos muy bien preparada.

-Qué va, Carlos, ¿no ves que van disfrazadas de Peter Pan y Campanilla?

-Ya me he dado cuenta, ¿pero cómo medievalizo tales atuendos? Nada, nada, mejor hago alusión al generoso bandido del bosque de Sherwood, que no ha salido todavía en ninguna de estas crónicas...

Llegan por fin ambos a la conclusión de que esto tiene que ser una despedida de soltera, seguro, así que dejar a todas aquellas desaforadas doncellas cuanto más atrás mejor les parece entonces gran acierto, por lo que no tardan en encontrar refugio en el Mercadal, donde las viandas de Casa Lola les resultan de lo más ricas y variadas, a más de solazarse mucho con las estampas de bravos guerreros tudelanos de antaño que pueblan las paredes de tan noble establecimiento.

Más estando allí muy bien aposentados, vuelven a aparecer las muchachas de verde, aunque a juzgar por sus sincopados movimientos, ya un poco afectadas por el calor y los espirituosos. Pero eso no las hace bajar en el tono de  sus canciones, al contrario: ahora la emprenden con una oda al alcohol en la que proclaman que han venido a emborracharse porque el resultado del torneo les da completamente igual.

Una vecina comenta entonces al verlas que la protagonista de la jornada se va a casar con un habitante de las Antípodas australes, y Carlos y Agnes piensan sino sería harto mejor que todas ellas estuviesen ahora mismo a aquella distancia, pues no hay manera ya de entenderse.

Buena cosa será intentar hallar refugio en la placeta de San Jaime. Intentarlo, que no lograrlo, pues al poco rato allá que llegan también las cantarinas festivaleras, que empiezan a ser talmente como si los demonios aquellos de la puerta del Juicio se hubieran escapado para mortificar a los dos viajeros, así que allá las dejan de una vez, deseando a la futura novia que le vaya muy bien el matrimonio, y al incauto futuro marido que ella quede afónica  por una buena temporada...

Y es que aunque es Tudela joya de la más señeras del reino de Navarra, no olvidan que son también herederos de Aragón. Y qué mejor para atestiguarlo que llegarse hasta la muy bella ciudad fronteriza de Tarazona, aunque les cueste un poco hacerlo porque la señalización de los caminos no es muy buena, y no es cosa rara, que siempre está Navarra en guerra con Aragón, así que no hay por qué dar facilidades. Algo tendrá que hacer también Carlos para solucionarlo cuando gobierne, aunque de momento de lo que más se alegre es de que Agnes haya sido tan hábil como para reparar en un minúsculo cartel que hacia allá por fin les guía, más cuando en pleno despiste ya habían dejado atrás el último confín de la capital ribera, y sólo unos embajadores del Gran Khan de la China, alojados en su Hiper Bazar Euro Asia parecían morar en tan yermo despoblado


Y esta localidad aragonesa se caracteriza por sus altísimos campaniles de ladrillo mudéjar que tan poco tienen que envidiar a los de las señorías del norte de Italia, y también con sus empinadas cuestas que quitan el resuello al andar por sus calles.Y en la primera de esas condenadas cuestas han de apartarse para que no les atropelle un señor mayor que la baja corriendo a tanta velocidad que ha de sujetarse la boina con la mano para que no se le vuele y que al pasar a su lado sólo repite: "¡Qué Clavario, madre, qué Clavario!

-¿No te suena su cara, Carlos?

-No sé, Agnes. Ya sabes que la Ciudad no es para mí...

Y resulta que en lo más alto de la villa, están celebrándose las fiestas del barrio de San Miguel, así que pueden disfrutar de un concurrido concierto de jota. Y jura este cronista que en la puerta de la iglesia estaba también oyéndolo el intérprete siciliano Franco Battiato. Y si no era él, que no es lo más importante, era sin duda su doble más cercano, tal era su tremendo parecido.

Pero les da tiempo a ver más cosas, aunque no la catedral, porque llegan cinco minutos tarde y al parecer debe llevar aparejada excomunión latae sententiae del señor obispo si se deja pasar a los impuntuales. Al menos así lo asegura la muy arisca cancerbera que guarda las puertas. Y ya que no pueden visitar la Seo, se conforman con contemplar la fachada del Ayuntamiento, que es obra de cantería muy señera con todas las historias de Hércules muy bien labradas. Y en esa misma plaza, cada 27 de agosto, corre y salta hasta que lo atrapan un atolondrado personaje de multicolor vestido llamado "Cipotegato", que es cosa muy digna de ver. Y como ya se pasó esa fecha, una estatua mantiene su memoria el resto del año. Y junto a ella Agnes y Carlos escuchan a una mujer francesa preguntando a su marido:

-C'est quoi ça "Cipote"?

Y mucho se ríen los príncipes de tan peregrina cuestión, cuya respuesta excedería sin duda la extensión no ya de un cuento como éste, sino de varios tratados psicológicos y anatómicos. Así que hora es ya de poner fin al viaje, no vaya a ser que el toro embolado que acaban de soltar allá arriba, en San Miguel, nos pille a todos leyendo tan bizantinas abstracciones...


© Mikel Zuza Viniegra, 2013