lunes, 10 de junio de 2013

EN BUENA COMPAÑA

Santa Colomba de Meoz, valle de Lónguida, 8 de junio de 1307

Y aunque ya está un poco harto el joven rey Luis de esta vertiginosa tournée por Navarra que va llevando a cabo desde hace un mes, no ha sido capaz de negarse a acudir hasta este recóndito pero milagroso rincón del país que acaba de heredar, pues es justamente hoy cuando se celebra la festividad de la mártir romana Santa Colomba. 

Pero él, al contrario que el resto de los numerosos peregrinos, no busca sólo lograr las muchas bendiciones que allí se reparten, sino que mayormente ha venido hasta aquí para acompañar a la muy hermosa doña Jordana de Javerri, que se ha convertido en su guía desde que la conoció en Sangüesa hace dos semanas. 

Ella es quien le ha ido explicando que esta gélida primavera navarra -comparable sin duda al invierno más crudo de la muy septentrional Bretaña-, no es cosa común en estas tierras, pero que este año parecen haberse abierto de par en par las compuertas del cielo y, como para confirmarlo, lleva lloviendo todo el día con furia tal que bajan los normalmente tranquilos ríos  mucho más caudalosos que el torrencial Sena, allá en la añorada ciudad de París. 

Pero a pesar de la contumaz borrasca, no puede negar el Hutin que supone este notable edificio de Meoz -nombre por cierto tan parecido al de la localidad champanesa de Meaux, donde curiosamente también se venera a Santa Colomba- un balcón inmejorable desde el que contemplar el feroz verde esmeralda que cubre todo el valle. Además, en la buenísima compañía de doña Jordana, hasta aquel árido desierto mongol de Gobi del que hace pocos años escribió el veneciano Marco Polo, le parecería a cualquier hombre jardín del Edén. 

Y va ella explicándole cómo se llaman todos aquellos pueblos que desde allí pueden verse. Justo delante Villanueva. Más atrás, a la vera del camino real, Murillo y su maravilloso palacio escarlata, y al fondo del todo, colgado ya en la sierra de Gongólaz, el adusto señorío de Larrangoz

Mucho divierten y extrañan todos estos sorprendentes nombres a los franceses oídos del joven rey, y por ver de aprendérselos, muchas veces hace que se los repita doña Jordana, obviando el riesgo de que tanta lluvia no les provoque a ambos una pulmonía. Y entonces repara en que allá lejos, en aquel último confín que marca "Laggangoz", parecen ir formándose poco a poco sobre aquel verde monte y como por arte de magia, unas reconocibles y enormes letras de color blanco... 

Efectivamente, también doña Jordana ve perfectamente esas letras que van añadiéndose unas a otras hasta formar un mensaje fácilmente legible:

"ZOAZ FRANTZIARA, ERGEL KOROADUNA!*

-¿Entendéis qué pone en ese gigantesco cartel, señora mía? -pregunta el rey.

Y como mujer muy hábil e inteligente que es, lo que de la secular lengua de los navarros al francés traduce a don Luis no es lo que realmente pone, sino lo que sabe que a él le gustaría oír: 

"¡No os volváis tan pronto a Francia, Señor!"

Y es que conoce y estima ella mucho al señor de Larrangoz, y sabe por ello que, como muchos otros paisanos, no sólo no acepta aquél que Navarra lleve ya más de veinticinco años sometida a Francia, sino que anhela fervientemente que recupere de nuevo su perdida independencia.

-¡Ah, qué caballero tan leal debe ser ese señor de Laggangoz, doña Jordana!

-Puedo aseguraros que no hay navarro más fiel que él, mi señor don Luis. 

-¿Mas cómo habrá logrado ese prodigio escrito? Fijaos: ahora las letras van poco a poco desapareciendo como si nunca hubiesen existido...

Y ella tampoco entiende semejante portento, pero mucho se alegra de que tal cosa ocurra. Y más le regocija todavía -aunque esto sólo en esta especial ocasión- que nadie entre los peregrinos allí congregados sepa leer, pues puede calcular las terribles consecuencias que para el desafiante señor de Larrangoz hubiese acarreado lo contrario. 

Así que como ya está bien de tanto mojarse, y con el ánimo de alejar por si acaso al testarudo rey de aquel lugar, le propone encaminarse hacia la muy afamada y cercana posada de Ekai, donde los deliciosos rollitos de ciervo con verduras que allá sirven habrán sin duda de reanimarlos.

Y mientras tal cosa ocurre, un muy risueño señor de Larrangoz sigue desalojando a las miles de ovejas que integran sus nutridos rebaños de los gigantescos rediles de madera que en forma de letra comenzó a preparar en cuanto se enteró de que el rey extranjero acudiría a Santa Colomba de Meoz. 

¡Y que aprendan en París de una vez que no es Navarra tierra de memos aduladores, sino de orgullosos amantes de la libertad!


* ¡VETE A FRANCIA, BOBO CON CORONA!

© Mikel Zuza Viniegra, 2013