martes, 12 de febrero de 2013

RADIKAL

Castillo de Vincennes, Francia, 12 de febrero de 1379

Va para un año ya que el príncipe Carlos de Navarra permanece prisionero del rey Carlos V de Francia, su tío. Como pariente tan cercano, y a pesar de tener sus movimientos restringidos, no puede quejarse del trato que recibe, pues se le permite cazar y entretenerse con libros muy bien iluminados que le envían desde París.

Pero esos doce meses lejos de casa le pesan ya en el ánimo como una armadura vieja corroída por el óxido. Y no puede olvidar tampoco a Jacques de Rue y a Pierres du Tertre, sus muy leales chambelanes, ajusticiados tras ser acusados de pretender envenenar al monarca francés por orden personal de su padre, el rey Carlos II de Navarra. Por esa misma razón le fueron confiscadas todas sus posesiones en Normandía, y también la meridional ciudad de Montpellier, así que es un príncipe de sangre real, sí, pero que ha de sobrevivir con las migajas que su captor le arroja desde el trono.

Y eso le reconcome, pues no puede hacer nada para cambiar la situación. Quizás cuando el viejo rey muera, pueda convencer a su sucesor, su primo Carlos, que tiene su misma edad, de que alivie las condiciones de su encarcelamiento. O quizás, con mucha suerte, de que le libere para que pueda volver de una vez a su añorada tierra, al otro lado de los Pirineos.

Y como lo ve tan mustio don Olivier de Clisson, que es el caballero que tiene la encomienda de vigilarlo, despacha rápidamente un mensajero hacia la corte para que cuente al Consejo las malas nuevas de la gran melancolía del príncipe navarro. Y acontece que hay en esa reunión de gobierno grandes amantes de la dulce música que en esos tiempos se estilaba, que conocen por tanto el mucho bien que a las almas de los atribulados hacen tantas y tan hermosas melodías, por lo que no tardan en recomendar al rey de Francia que envíe con la mayor urgencia a Vincennes una tropa de juglares y ministriles que alegren el corazón del joven, que si bien es prisionero, no tiene por qué pagar por los crímenes de su perverso padre.

Y puesto que echa tanto de menos el país sobre el que en el futuro habrá de reinar, muy puesto en razón les parece a todos que sean precisamente músicos navarros quienes se encarguen de alegrarle. Así que manda el soberano que se busque por todo París a quienes cumplan esas dos entrañables condiciones de ser artistas y nacidos además en aquella nación con fama de indómita.

Para el mediodía, y después de haber vaciado a conciencia muchas de las tabernas de las traseras de Notre Dame, hay concentrada una auténtica turba de intérpretes que, si bien no ofrecen una estampa muy elegante, afirman dominar todo tipo de instrumentos y haber nacido o bien a las riberas del Arga o bien en alguno de los dominios del rey de Navarra que ahora usurpa el francés.

Y como no está Vincennes tan lejos de la capital, y el rey de Francia bastante ha hecho con reunirlos y considera que no tiene por qué pagarles además el desplazamiento, salen todos andando en no muy bien ordenada formación a los sones de lo que ellos llaman un "double-pass", y que en honor al país que ahora los acoge, no dudan en traducir para que todos lo entiendan:

-Ne laissez pas Navarraaaa,
si vous ne voulez pas que je meure, flamencona
ne laissez pas, Pampelune.


Ne laissez pas Navarraaaa,
que pour vous je mettrai des drapeaux
si vous l'ordonnez, fleur brunette.

Ne laissez pas Navarraaaa...

Y todos los miran alejarse aliviados, como quien ve partir de su casa a una cuadrilla de bandidos. 

Y a las pocas horas están ya llamando a las puertas del palacio de Vincennes, donde puesto en aviso les espera ansioso su príncipe. Reconoce el preso sin dificultad a muchos de ellos, pues muchas veces han tocado para él allá en la vieja Pamplona. 

Saluda muy alegre a Perrinet d'Acx, al arpista Pierres de Bar, al organista Nicholas Porchin, al trompetista Juan de la Fontana -conocido con el nombre artístico de "Hanequin Testa de Fer"-, a los hermanos Johan y Nicolau Fassion, para quienes no guardan secreto alguno las chirimías, a Johan Bazint, flautista de los buenos, a la bella Jurdana, juglaresa de cuerda, al arpista Johanon de Ezpeleta, al tamborilero Bernart Dupont y al ciego coplista Ursua, que es capaz de cantar como los ángeles (aunque unas veces como los bienaventurados y otras como los rebeldes). Y cuando lo hace como éstos últimos, suele acompañarle Sancho de Echalecu, que sabe también muchas canciones del lejano hogar...

Y hay allá muchos más que no conoce de nada, pero a los que está bien presto a escuchar. Mas antes que nada, y como sabe que para desempeñar en condiciones este oficio musical es necesario antes afinar mucho no sólo los instrumentos, sino también templar las entretelas del cuerpo, ordena repartir entre los congregados el mejor vino que se conserve en las bodegas de palacio, que a pesar de no poder competir con el tinto de Olite o el clarete de Peralta, no tarda en ejercer su benéfico influjo, comenzando muy pronto a oírse el tipo de melodías que todos reconocen sin esfuerzo: 

Ella bebe pa olvidar
A esta puta sociedad
Lola ¿por qué estás sola?

La gente le critica
Porque bebe, porque grita
Pero a ella le da igual
Lola ¿por qué estás sola?


Y esta tal Lola debió vivir en Lindachiquía, y causaba muchos escándalos a las buenas gentes que iban a misa a San Nicolás, pero el maestro Perrinet -deseoso de tener un affaire con ella, y famoso también por la gran Cicatriz que cruza una de sus mejillas- le compuso esta canción, y ahora será famosa ya para siempre.

Otra tonada ruge de repente en la cada vez más alborotada concurrencia, que con tanto vino no tardará en caer en coloridos Delirium Tremens

Heldu
Ondo heldu
Ez galdu bidean inoiz berriz

ez duzun edukiko gauza

Ikusi eta ikasi
Eta ondo entzun
Hobeto heldu
Hobeto heldu...


Y en medio de aquel estupendo descontrol se suben a un estrado txistularis y tamborileros y comienzan a tocar la madre de todas las canciones navarras, pues nadie que no salte como un muelle al oír este son, puede ser considerado súbdito fiel del rey de Navarra: 

Y unas alubias con bien de guindilla,
y un buen copazo de patxarán,
el eructo después de la comida,
y por la tarde a ver al personal.


Va anocheciendo a base de pedradas,
la policía no puede faltar.
Unos claretes y unos garrotes
y algo más para aguantar.


Joder que bien se está en nuestra capital,
chiquita y apañada, pero pa que quieres más,
cuando salimos fuera la echamos a faltar,
pero hay alguien que sobra, ya sabes por quién va.


Y el primero que da ejemplo es el príncipe Carlos, que saca a Jurdana a bailar con muchos aspavientos y levantando bien alto los brazos, que es manera muy navarra de danzar. Y muy bien le parece que todo el grupo quiera llamarse Ti-Juana-in Blue, en homenaje sin duda al nombre de pila de la reina madre, y a la alianza con los ingleses que tanto molesta a los franceses que mantenga la Casa Real Navarra, pues el "Ti", es la infusión que aquellos hijos de la Gran Bretaña toman cada día a las cinco, y el "in blue", no puede querer significar otra cosa que honrar el muy jaranero color heráldico de los Evreux. 

Y en medio de aquel bureo, acierta a pasar por allá cerca la comitiva del obispo de Soissons, que va en peregrinación a Saint Dennis, y al ver a todos aquellos navarros bailando y cantando, no cesa de trazar bendiciones en el aire, pues le parecen diablos vivos más que personas, y reconoce perfectamente entre ellos al príncipe Carlos, que no muestra ya la tristeza de la que había oído hablar en la corte. 

Y en atención a  la prosapia de la que desciende, comienza a entonar el obispo, más que nada por ver si convierte a todos aquellos posesos, una oración en latín:

Salve Regina...!



Y en cuanto oyen esa primera estrofa, todos vuelven a estallar como si estuviesen en medio de la Navarrería. Con lo que queda demostrado que, efectivamente, es la música radical remedio para todo tipo de amarguras y desdichas.

Y dicen que fue siempre don Carlos, una vez liberado de su prisión, muy devoto de San Punkracio, y que le honró siempre en todas las celebraciones y fiestas de guardar...


© Mikel Zuza Viniegra, 2013