martes, 29 de mayo de 2012

WINDOWS



Castillo de Olite, 30 de mayo de 1421


La fiesta continúa en el gran salón, y durará probablemente hasta la madrugada, que no todos los días puede celebrarse el nacimiento de un príncipe heredero...


Pero Su Majestad ha preferido retirarse a su habitación nada más terminar la cena de gala en honor del mensajero que a uña de caballo ha traído la buena nueva desde Peñafiel. Al fin y al cabo tiene ya sesenta años, y aunque es quien más se alegra por el feliz suceso, no está ya para demasiados bailes. 


Cuando el último criado se despide y el rey queda solo en en su alcoba, enciende el candelabro y extrae de la estantería un pequeño libro muy bien encuadernado. Y se acerca entonces a la geminada ventana que da a la galería y se sienta en uno de los dos bancos de piedra que  la forman. Siempre en el de la izquierda, que en el de la derecha era donde se sentaba su difunta esposa doña Leonor. 


 Hace lo mismo todas las noches desde que ella murió: se sienta en ese lugar e intenta atrapar el recuerdo de cuando ambos pasaban las horas allí sentados. Él leyendo los últimos romances, y la reina bordando tapices con las armerías de todas las familias nobles de Navarra. Piensa que si su hija Blanca pudiera verlo, creería que había perdido la cabeza, porque Carlos habla, se ríe y también discute con aquel banco vacío que tiene frente a sí. Y le lee los mismos versos que sabe que le gustaban, y alaba la destreza de sus manos con tan pequeñas agujas. Aunque ha de conformarse, eso sí, con la pálida luz de la luna sobre los brocados cojines en lugar de volver a disfrutar con los brillantes rayos de sol que festoneaban como una diadema de oro el ondulado cabello de su mujer... 


Y es cierto que construyó todo este maravilloso palacio para su "muyt amada compaynera", pero también lo es que muchas veces comentaron entre ellos que si acaso el hechizo de un sabio encantador robase en una sola  noche todos y cada uno de los sillares que lo formaban, sólo le rogarían que les permitiese conservar esta ventana que parecía tener el mágico poder de detener el tiempo en la mirada enfrentada de los dos enamorados. 


-¿Sabes, Leonor? Esta noche te traigo una noticia extraordinaria: hemos tenido un nieto. Un nieto que se llamará Carlos, igual que mi padre, igual que yo, e igual que nuestro queridísimo hijo primogénito muerto en la cuna... 


Claro, claro que se educará en Navarra. Yo personalmente me encargaré de ello, y haré que sepa disfrutar tanto con el verde intenso de las montañas del norte, como con el dorado fulgor de las llanadas meridionales.Y conocerá todas las costumbres y tradiciones de su reino, que jamás habrá tenido un rey como él. Y andando el tiempo él mismo engendrará otro pequeño Carlos, que querrá superar la honrosa memoria de su ilustre padre, aunque lo tendrá muy difícil para lograrlo, pues nunca habrá príncipe mejor que nuestro nieto...


Sí, el reino sigue en paz, como cuando te fuiste. Nuestra hija Blanca es muy sensata, y no pondrá en riesgo este enorme don del que disfrutamos. Es verdad, nuestro yerno es más imprevisible y belicoso, pero cuando tenga a su hijo entre sus brazos abandonará sin duda todas esas locuras...


¿No se te cansan los ojos con tantas filigranas y puntillas diminutas? ¿Quieres que te lea un romance mientras reposas un momento? Por supuesto. El de la princesa Moriana, tu favorito...


"Al pie de una verde haya
estaba el moro Galván.
Mira el castillo de Breña,
donde Moriana está;


De las riendas tiene al caballo,
que non lo quiere soltar.
Tiene el almete quitado,
por poder mejor mirar;
cuando con voz dolorosa,
entre llanto y suspirar,
comenzó el moro quejando,
de esta manera a fablar:


-Moriana, Moriana,
principio y fin de mi mal,
¿Cómo es posible, señora,
non te duela mi penar,
viendo que por tus amores
muero sin me remediar?


De aquel buen tiempo pasado
te debrías recordar,
cuando dentro, en mi castillo,
conmigo solías holgar;
cuando contigo jugaba
mi alma debrías mirar;


Cuando ganaba perdiendo,
porque era el perder ganar,
cuando merescí, ganando,
tus bellas manos besar,
y más cuando en tu regazo
me solía reclinar,
y cuando con ti fablando,
dormiendo solía quedar.


Si esto non fue amor, señora,
¿cómo se podrá llamar?
Y si lo fue, Moriana,
¿cómo se puede olvidar?"


-¿Te marchas , Leonor? Sí, es verdad que es ya muy tarde....
Por cierto, quería consultarte una idea que he tenido. ¿No te parece que ya es hora de que Navarra otorgue un título a su príncipe heredero? Uno que vaya ligado al nombre de una ciudad importante del reino. Quizás Pamplona...
Tienes razón, la fatigante Pamplona, con sus tres barrios permanentemente en guerra no se merece esa distinción. ¿Cuál crees tú que debería escoger?
¿Viana, dices? ¿Y por qué?
¿Porque entre sus muros siempre huele a galletas y bizcochos recién horneados?
Desde  luego no es una razón muy heráldica, pero como yo soy tan laminero como tú, me parece muy bien.  Aunque tan dulce motivación quedará secreta entre nosotros dos, pues diré al rey de armas que prepare el decreto atendiendo únicamente a los grandes servicios que siempre prestó esa hermosa villa de frontera a nuestra Corona...


Y este cronista gusta mucho también de esas ventanas dobles con bancos de piedra enfrentados, y le sobra el resto de la  construcción, por muy lujosa que ésta sea, si logra aposentarse en  una de ellas. Más aún si lo hace bien acompañado, pues hay miradas que ¿cómo podría olvidar?


© Mikel Zuza Viniegra, 2012

viernes, 25 de mayo de 2012

MI CÓDIGO ES EL HONOR


Castillo de Simancas, cerca de Valladolid, 25 de mayo de 1521

Lanza la pelota primero contra el suelo, para que rebote en la pared de enfrente y vuelva otra vez a su mano. Y ese triple mecanismo, miles de veces repetido ya en la angostura de la mazmorra donde se haya prisionero desde hace ya más de cinco años, produce siempre el mismo monótono y rítmico sonido del cuero chocando contra la piedra.   

Y ese hipnótico compás viene acompañado en el interior de su cabeza por una continua profesión de fe que impide que se vuelva loco entre estos muros: 

-Soy el mariscal Pedro. Nací en Estella. No sirvo a otro señor que al legítimo rey de Navarra...

Se lo repite a sí mismo una y otra vez, como temiendo que si dejara de hacerlo, olvidaría por qué lo retienen allí, tan lejos de su tierra.

 Y mientras sigue martilleando la pared de aquella celda, resuenan en su memoria otros golpes. Mucho, mucho tiempo atrás, cuando apenas era un niño y jugaba una mañana a los pies del torreón de San Pedro de la Rúa...

 Vi venir desde lejos la enlutada figura de mi madre, doña Inés Enriquez de Lacarra, siempre vistiendo ropajes negros desde que en 1471 su marido, el mariscal Pedro -primero de ese nombre en el cargo-, fuese asesinado en el patio de la cámara de Comptos de Pamplona por el maldito hermano del conde de Lerín. 

Pero ahora, nueve años después, venía a anunciarme una nueva tragedia: el asesinato de mi hermano mayor Felipe muy cerca del monasterio de la Oliva, y esta vez a manos del propio conde. La jefatura de la parcialidad agramontesa descansaba íntegramente por tanto sobre mis hombros. Los de un niño de apenas doce años para el que se habían terminado para siempre los juegos...


A partir de ese momento, sólo fidelidad y revancha. Fidelidad absoluta a los reyes Juan y Catalina desde el año 1484. Revancha alcanzada al fin cuando en 1507 fue desterrado para siempre el traidor y criminal Luis de Beaumont. Luego, apenas cinco años de paz, y la invasión del reino por parte del rey Fernando de Aragón, guiado en su campaña de conquista por el nuevo conde de Lerín, que había tomado el testigo de la deslealtad tras la muerte de su padre....

Y los dos intentos de reconquista: en noviembre del mismo 1512 y en la primavera de 1516. Ambos saldados con sendos fracasos, sobre todo el último, que supuso ademas mi captura en Isaba. Los castellanos me pasearon por todo el reino encadenado y subido a una carreta descubierta, para que todo el mundo pudiera ver como trataban a los que ellos consideraban traidores. Pero al llegar a Estella tuvieron que abandonar sus mofas, cuando eran muchos los que venían a besar mis manos atadas... 

El abad de Irache fue depuesto por decir que no había habido rey en Navarra con trono y corona más honrosas que esa infamante carreta y esas cadenas de preso. Y que pretendiendo ridiculizarme, habían conseguido justo lo contrario: que nadie olvidase ya nunca quien era el mariscal Pedro de Navarra. 

Cisneros, el gran inquisidor metido a gobernante tras la muerte del rey Fernando, juzgó ante tales opiniones  que convenía sacarme de Navarra cuanto antes, pues reconocía en mí al único capaz de provocar la chispa de la rebelión del reino. En todos y cada uno de los pueblos de Castilla por donde pasamos de camino al castillo de Atienza -mi primera prisión-, fui pregonado como reo de alta traición a un rey al que malamente podía ser desleal, ya que nunca le había jurado fidelidad, pues no en vano la corona de Castilla había acabado en las sienes de Carlos, el nieto alemán del conquistador de Navarra. 

En 1519, cuando yo llevaba ya tres años encerrado, me hizo acudir a su corte en la ciudad de Barcelona. Me ofreció el perdón y la restitución en todos mis cargos y honores si le rendía pleitesía y besaba su escudo imperial. Así le hablé: 

-Suplico a Su Alteza, con toda la humildad posible, que se sirva demostrar conmigo la magnificencia que ha de esperarse de semejante Majestad, concediéndome la libertad y el permiso de ir a servir a quien estoy obligado. Así, la fidelidad y la limpieza que su Alteza quiere y estima de sus servidores, yo podré guardársela también a mi rey...

Sus guardias querían cortarme la cabeza allí mismo, pero él, con su gutural acento extranjero, sólo pronunció una palabra: 

-¡Neverrrra!

Me trajeron entonces a este castillo de Simancas. El helado y lacónico mandato del emperador fue seguido al pie de la letra por el alcaide de la fortaleza, que ordenó: 

-Para llegar al mariscal Pedro, haya tres puertas con cuatro cerraduras, dexando una ventanilla con su compuerta e cerradura para servicio de dar lo que oviera menester sin abrir, e quatro barras de hierro en la ventana. Y que nadie suba al castillo ni consienta que se den cartas al dicho prisionero. Y que ningún navarro entre en la villa so pena que, por la primera vez, le sean dados cient azotes, e por la segunda le corten un pie, e por la tercera, sea muerto...

Sólo me dejaron tener conmigo a mi fiel criado Felipe de Vergara, que está conmigo desde que éramos niños. Cuando abrieron la puerta de mi celda para que entrase, me lanzó esta pelota, que es exactamente  la misma con la que yo estaba jugando en Estella cuando mi madre vino a decirme que habían matado a mi hermano. 

Sé bien que ya nunca saldré de aquí, pues tendría que prestar obediencia a Carlos para conseguirlo. Pero si así lo hiciese, ¿qué valor tendría entonces el juramento que hice a doña Catalina y don Juan? 

Creen que me lo han quitado todo, que ya no tengo nada. Pero se equivocan: me queda mi palabra, que vale lo mismo que valgo yo, y eso no podrán arrebatármelo jamás.


Así que... Lanza la pelota primero contra el suelo, para que rebote en la pared de enfrente y vuelva otra vez a su mano. Y ese triple mecanismo produce siempre el mismo monótono y rítmico sonido del cuero chocando contra la piedra. Y el  hipnótico compás viene acompañado en el interior de su cabeza por una continua profesión de fe que impide que se vuelva loco entre estos muros: 

-Soy el mariscal Pedro. Nací en Estella. No sirvo a otro señor que al legítimo rey de Navarra...


© Mikel Zuza Viniegra, 2012 

viernes, 11 de mayo de 2012

EN PUNTO


Santuario de Nuestra Señora de Uxue, 11 de mayo de 1371

Y aunque le costó ponerse en marcha desde su ciudad natal de Berna, por fin arribó el mes pasado a Navarra el maestro relojero monsieur Bertrand de Rodez, llamado por el rey Carlos II para que le fabricase en esta villa el orologio más hermoso que se haya visto en la Cristiandad.

 Ya tenía el soberano una cierta idea de lo que quería, y aprovechando el viaje a Francia de su esposa Juana, había puesto en marcha la construcción del ingenio para poder sorprenderla cuando retornase al reino y viese lo que su marido era capaz de hacer por ella.

 Así que cuando estuvo por fin el artista bien aposentado, le mostró los diseños que él mismo había dibujado, pues tenía esa habilidad desde pequeño. Y le explicó que mucho le gustaría haber podido incluir en la obra muchas imágenes que representasen a los doce apóstoles, a los tres reyes magos, o hasta a los siete sabios de Grecia, pero como eso hubiese incrementado el presupuesto de forma desmesurada, y ya estaba el tesoro navarro bastante comprometido por la guerra en Normandía, había optado por conformarse con sólo tres figuras de buen tamaño, que habrían de mostrar a la real pareja y a un ángel que, descendiendo del cielo, les bendijese.

Y habría de estar colocado el conjunto no en cualquier sitio, sino en el elegante mirador occidental, que no desmerecería en ninguno de los palacios del rey de Francia, ni siquiera en el muy lujoso del Louvre, en una de cuyas doradas galerías, muy parecida a ésta de Uxue, fue donde se vieron por primera vez Carlos y Juana, y era precisamente ese anhelado momento el que ahora quería perpetuar el rey con este mecanismo tan elaborado.


 Muy bien pareció todo esto a don Bertrand, que sólo pidió que le diesen algo de tiempo para poder llevarlo a cabo. Bueno, también pidió dinero, porque como no se cansaba de repetir, "sin monedas no hay arte", y es mandamiento éste que debiera estar grabado en la casa de muchos falsos mecenas que tienen la boca muy grande para pedir maravillas, pero la mano muy corta luego para pagarlas.

Y como llegó esa misma mañana un mensaje desde Cherburgo del infante don Luis, el hermano del rey, anunciando el establecimiento de una tregua duradera con los franceses, y atendiendo a que siempre sería mejor gastarse el dinero en relojes que en armas, dio permiso don Carlos al maestro para que introdujese en su proyecto todas las modificaciones que juzgara convenientes, pues no habría ya problemas para que recibiese lo que era justo por su trabajo.

Y puestos a complacer a quien de tan buenas formas se lo había encargado, ideó para tan bello pasadizo un rail que lo recorriera de lado a lado, por el cual se deslizarían las figuras talladas de don Carlos y doña Juana, él como viniendo desde la portada principal, y ella como viniendo desde la portada norte, hasta juntarse ambos en el centro del mirador, justo delante de una esfera astronómica muy bien preparada, y donde por medio de un resorte muy complicado, de muchas ruedas dentadas -del que tomó buena nota el siempre curioso Sagastibelza- unirían sus manos y sus rostros en amoroso saludo, mientras el ángel descendía benéfico sobre ellos.

Y para labrar esas figuras hubieron de fundir el bronce de varias culebrinas, falconetes y cañones, y una vez talladas, las pintaron con los colores de Navarra, Evreux y Francia, por lo que mucha pintura azul, roja y dorada se hubo de emplear. Y como era buen escultor, todos los presentes dijeron que eran talmente iguales a los verdaderos reyes, aunque con la cara más dura, y veáse si no es buen milagro éste, pues hay reyes que la tienen más que dura, rocosa, aunque no fuera ese el caso de don Carlos, que era implacable, pero también justo. Y para el rostro del ángel, propuso el monarca que se retratase a don Mikel de Burgui, que era el tenente de la fortaleza por aquellas fechas, y sin duda quien más sabía sobre Uxue en todo el orbe, cosa que nadie podía discutir...

Y quedó también muy bien parecido este árcangel, que impulsado por el mismo resorte, bajaba desde el techo de la galería para cubrir pudorosamente con sus alas el métalico beso de aquellos nuevos y extraños reyes de Navarra. Y como hacer que todo este artilugio se pusiese en marcha cada hora castigaría mucho los goznes, preguntó don Bertrand al rey que a qué hora exacta había conocido a doña Juana, y al responder éste sin dudar ni un instante que al mediodía, pues todas las campanas que anunciaban el Angelus parecían repicar al paso de aquella princesa, dispuso el maestro para esa hora únicamente el funcionamiento de todo el dispositivo.


 Y era de ver como efectivamente, cuando las campanas de la torre llamaban cada día a saludar a Santa María a moradores y peregrinos, salían muy obedientes de sus respectivos garitones las dos figuras hasta encontrarse justo en el lugar señalado mientras esperaban abrazados la llegada del ángel.

Y cuando la reina regresó de Francia y vio el asombroso regalo de su esposo, no fueron aquellos besos robóticos los únicos que en Uxue pudieron verse, pues le había demostrado don Carlos lo injusto que era aquel sobrenombre de "Malo" que le habían endosado en lugares donde era evidente que no lo conocían bien.

Y estuvo aquel maravilloso reloj en funcionamiento hasta que el rey usurpador Juan II ordenó muchos años después desmontarlo y fundirlo para volver a convertirlo en piezas de artillería, pues quien no sabe de amor no quiere tampoco que los demás gocen contemplándolo. Pero hasta la reciente restauración, podía aún verse sobre las losas del mirador la huella por donde tantos mediodías desfilaron aquellos regios autómatas.

Y los pocos que estaban en el secreto de esta historia que acabo de relatar, tocaban con mucha unción allí donde había estado sujeto el rail, con la esperanza de atraer sobre sí mismos el cariño que se tuvieron Carlos y Juana. Y hasta hay quien dice que hubo algunos pocos afortunados que lo consiguieron...


© Mikel Zuza Viniegra, 2012

viernes, 4 de mayo de 2012

CUNQUEIRIANA


Y dicen que para que el señor Merlín pudiera salir finalmente del bosque bretón de Broceliandia donde doña Morgana lo tuvo confinado mil años, hubo aún de prometer a aquella engañadora arpía que no llegaría por mar a Miranda, allá en tierras de Lugo, donde le esperaban con todo preparado sus fieles don Alvaro Cunqueiro y don Felipe de Amancia, sino que haría el camino por tierra, aunque no estrictamente andando, pues en esto los magos tienen mucha ventaja, que para eso calzan botas de siete y aun de más leguas.

Hubo de jurarle asimismo que, metido en esa ruta tan desacostumbrada, visitaría en cada reino por el que pasase el lugar más hermoso y cercano al encantamiento que cada frontera guardase. Y como llevaba tanto tiempo encerrado hubo de buscar para poder cumplir su palabra a quienes tales enclaves pudieran señalarle.

En el muy poderoso reino de Francia, fue don Nicolás Flamel quien hizo un receso en su laborioso proceso de obtención de la piedra filosofal para recomendar muy vivamente al antiguo servidor de su alteza don Arturo Pendragon, que no dejase de ver La Couvertoirade, que es pueblo muy bien defendido por murallas construidas por los templarios, que como fraguaban el mortero con agua bendecida por su gran maestre Gerard de Ridefort, fueron levantando unos paredones que pueden resistir la acometida contra cualquier enemigo, aun si se presenta el mismo Papa a sus puertas, aunque no es fácil que ello ocurra por ser los pontífices muy vagos y muy amigos de permanecer encerrados en su palacio de Aviñón, catando los vinos del valle del Ródano....


Y en Navarra hubo de acudir el señor Merlín al consejo de Johanes de Bargota, que es brujo muy renombrado, al que encontró no obstante en posición embarazosa, pues como gustaba de disfrutar de los Sanfermines, había olvidado su cabeza en una posada de Pamplona, y sólo su cuerpo pudo acompañar al bretón en su visita al lugar más encantador de este reino. Pero como llamaba mucho la atención de los paisanos este guía descabezado, hubo de volver en un vuelo Johanes a la capital, que esto de volar era algo que se le daba muy bien, incluso en distancias mucho más largas, como atestiguarán en toda la península itálica si muestran ustedes interés por este asunto concreto. El caso es que en la posada donde había dormido no supieron darle razón de su cabeza perdida, tan sólo la sospecha de que unos húngaros se la hubieran llevado por ver si la hacían aprender a recitar la lista de los reyes navarros, empeño con el cual hubiesen ganado sin duda muchas monedas de oro en una feria tan populosa como la de San Fermín.

Así que sin tiempo para hacer más averiguaciones, y con el señor Merlín esperándole en las nubes, pues sin guía no sabía dónde poner el pie, tuvo Johanes que hacerse con la primera cabeza libre que pudo encontrar para salir del paso, que no fue otra que la del kiliki Napoleón, pues tuvo la fortuna de que su portador había almorzado con vino en la muy surtida taberna de La Raspa, que es como decir que había bebido sin comer, y le había entrado tal sueño y modorra que allí estaba la cabeza de cartón tan sola y abandonada como las melancólicas señoras que pintaban los maestros del quatroccento. Y quien piense que el señor Merlín se asustó al ver aparecer de tal guisa a su acompañante está muy equivocado, pues harta costumbre tenía él de combatir contra gigantes y enanos a todas horas en aquellos tiempos dorados de Camelot...

Mas veo que aún no he dicho qué lugar le pareció a este ilustre descabezado el más bello de Navarra. Y es ese mágico paraje un acantilado que al nombre de Adansa responde. No es un precipicio de esos tan enormes que no permiten ver su fondo. Al contrario, en días de sol reluce allá abajo el Salazar muy pinturero con sus tonos verdes y azulados. Y allá, al frente, refulge Usún al otro lado del Arangoiti. Y place mucho efectivamente aquél rincón al señor  Merlín, pues lo ha reconocido enseguida como uno de esos escasísimos paraderos dónde, si bien es muy agradable llegar solo, más aún lo es disfrutarlo en compañía de la persona amada.

Y estando en esos pensamientos, ven los dos recién llegados materializarse repentinamente la figura de un ángel, que por su pequeño tamaño no duda el señor Merlín en catalogar como perteneciente al seráfico orden de los melindrosos y prudentes. Y no se equivoca en su juicio, pues no tarda en contarles el aparecido -que dice llamarse Peruzziel-, que no todos los seres alados tienen el valor de lanzarse al vacío desde cualquier altura, al menos no en sus primeros intentos. Por eso tiene la Providencia dispuestos cuatro o cinco lugares como éste en el mundo a propósito, para que no siendo de altura excesiva, pierdan el miedo a saltar sus servidores.

Lo que se le hace raro a Johanes es que las otras veces que ha estado en Adansa, no haya logrado ver nunca ángeles como aquél que ahora tienen delante, pero queda disipada su extrañeza cuando el señor Merlín le informa de que por haber estado él tan cerca del Santo Grial, tiene el privilegio de observar aquellas criaturas celestiales sin dificultad ninguna, y que por eso sin duda, y por la amistad que ahora comparten, puede el de Bargota verlos también.

Pero siempre hay una razón para que estos seres tan huidizos se den a conocer, y la de éste en concreto es rogar a tan poderosos hechiceros que le ayuden en su empeño de poder volar. Y es que, según les cuenta, lleva siglos esperando a que se acerque hasta Adansa una soprano de fuste, pues gozan estas señoras de la facultad divina de poder sostener en el aire a los ángeles mientras cantan la más aguda de las notas musicales. Y desde ese pedestal sonoro, pueden ya  ellos solos volar por su cuenta. Y esto es así porque las voces de los ángeles y las de las sopranos son de la misma tonalidad y colorido...

Pues si ese es todo el problema -dice el señor Merlín- iré ahora mismo a buscar a una de esas damas para que vos podáis emprender de una vez vuestro itinerario celeste.
Pero como no es de buen tono que el invitado sea quien tenga que realizar todo el trabajo, es Johanes quien se ofrece a retornar una vez más a su querida Italia para encontrar a la cantante más dispuesta. Eso sí, y aunque le da algo de vergüenza, ha de pedir al bretón que localice su desnortada cabeza, que aparecer en Florencia, Pisa o Mantua  como un fenomenal cabezudo no sería ni elegante ni práctico. Y dicho y hecho, con un simple ademán trae el señor Merlín de vuelta la cabeza del de Bargota, que además viene cubierta de nieve, supuestamente porque aquellos fementidos bribones magiares estarían ahora mismo cruzando el Pirineo...

Y ya de nuevo entero, viaja por los aires hasta la ciudad de Pesaro, de donde se trae a doña Renata Tebaldi, de quien decían con mucha razón que tenía la "voce d' un angelo". Y en cuanto empieza a entonar el Ave María, parece como si las alas del contristado Peruzziel se hiciesen más grandes y fuertes a cada palabra recitada por la diva, hasta que le permiten alcanzar una altura jamás soñada, y de allí, aprovechando el rayo de sol menos oblicuo, puede volver por fin otra vez a la morada querubínica donde su temor le impedía permanecer. Pero antes de irse se arranca una pluma y la deja caer sobre Johanes, para que sus próximos vuelos a Italia sean más estables y con menos turbulencias que los hasta ahora realizados.

Y muy contento con semejante presente, del que el señor Merlín no tiene la menor envidia, pues él posee ya una, y nada menos que de Miguel, el príncipe de los arcángeles, devuelve el navarro a doña Renata a su ciudad natal, no sin entregarle como recuerdo del acontecimiento una caja de mantecadas de Casa Maquirriain de Lumbier, que son también de sabor angélico. Y cuando vuelve a Adansa es ya de noche, y si no fuese por su larga barba blanca, costaría distinguir al señor Merlín, que por llevar siempre su traje muy bien bordado de astros de oro y plata, se confunde con el manto cuajado de estrellas que envuelve tan fascinante entorno.



Y como no son horas ya de ponerse en camino, allá que pasan los dos la noche compartiendo conjuros y adivinaciones. Y obtiene Johannes la promesa de su poderoso amigo de que ha de remover todas las fuerzas naturales y divinas con su hechizo, para conseguir que todos aquellos enamorados que visiten juntos tres veces Adansa, permanezcan juntos y felices para siempre. Y mucho se alegra de oír esto, pues que él ha estado aquí ya dos veces con su amada...

Y a la  mañana siguiente, con el señor Merlín ya con la mente puesta en el reino de Castilla, le da Johannes la tarjeta de don Yllán, el mágico de Toledo, para que juntos viajen hasta el cañón de Rio Lobos, que es a su parecer el lugar más bello de aquél reino, y que tiene también algo que ver con aquellos mismos freires templarios que construyeron La Couvertoirade...


Y como en León no conoce a ningún mago, le da, por si le sirve de algo, las señas de quien fabricaba la cerveza "El león", porque había que ser hechicero, y de los buenos, para tomar aquel brebaje por cerveza. Y mucho le recomienda también que visite en aquel reino el monasterio de Carracedo, que es paraje donde encontrar dulce encantamiento de los sentidos, pues tiene una puerta y una balconada muy bien labradas, donde no cuesta imaginar a una hermosa princesa leonesa esperando a su gentil caballero ...



Y mucho le insiste antes de partir el señor Merlín a Johannes de Bargota, que varíe alguna vez el rumbo de sus viajes volantes y se pase por Miranda, donde tendrá siempre alojamiento preparado por sus buenos servicios en esta mágica peregrinación desde Bretaña. Y no dice que no el navarro, que es Galicia siempre buen destino...



© Mikel Zuza Viniegra, 2012