martes, 29 de mayo de 2012

WINDOWS



Castillo de Olite, 30 de mayo de 1421


La fiesta continúa en el gran salón, y durará probablemente hasta la madrugada, que no todos los días puede celebrarse el nacimiento de un príncipe heredero...


Pero Su Majestad ha preferido retirarse a su habitación nada más terminar la cena de gala en honor del mensajero que a uña de caballo ha traído la buena nueva desde Peñafiel. Al fin y al cabo tiene ya sesenta años, y aunque es quien más se alegra por el feliz suceso, no está ya para demasiados bailes. 


Cuando el último criado se despide y el rey queda solo en en su alcoba, enciende el candelabro y extrae de la estantería un pequeño libro muy bien encuadernado. Y se acerca entonces a la geminada ventana que da a la galería y se sienta en uno de los dos bancos de piedra que  la forman. Siempre en el de la izquierda, que en el de la derecha era donde se sentaba su difunta esposa doña Leonor. 


 Hace lo mismo todas las noches desde que ella murió: se sienta en ese lugar e intenta atrapar el recuerdo de cuando ambos pasaban las horas allí sentados. Él leyendo los últimos romances, y la reina bordando tapices con las armerías de todas las familias nobles de Navarra. Piensa que si su hija Blanca pudiera verlo, creería que había perdido la cabeza, porque Carlos habla, se ríe y también discute con aquel banco vacío que tiene frente a sí. Y le lee los mismos versos que sabe que le gustaban, y alaba la destreza de sus manos con tan pequeñas agujas. Aunque ha de conformarse, eso sí, con la pálida luz de la luna sobre los brocados cojines en lugar de volver a disfrutar con los brillantes rayos de sol que festoneaban como una diadema de oro el ondulado cabello de su mujer... 


Y es cierto que construyó todo este maravilloso palacio para su "muyt amada compaynera", pero también lo es que muchas veces comentaron entre ellos que si acaso el hechizo de un sabio encantador robase en una sola  noche todos y cada uno de los sillares que lo formaban, sólo le rogarían que les permitiese conservar esta ventana que parecía tener el mágico poder de detener el tiempo en la mirada enfrentada de los dos enamorados. 


-¿Sabes, Leonor? Esta noche te traigo una noticia extraordinaria: hemos tenido un nieto. Un nieto que se llamará Carlos, igual que mi padre, igual que yo, e igual que nuestro queridísimo hijo primogénito muerto en la cuna... 


Claro, claro que se educará en Navarra. Yo personalmente me encargaré de ello, y haré que sepa disfrutar tanto con el verde intenso de las montañas del norte, como con el dorado fulgor de las llanadas meridionales.Y conocerá todas las costumbres y tradiciones de su reino, que jamás habrá tenido un rey como él. Y andando el tiempo él mismo engendrará otro pequeño Carlos, que querrá superar la honrosa memoria de su ilustre padre, aunque lo tendrá muy difícil para lograrlo, pues nunca habrá príncipe mejor que nuestro nieto...


Sí, el reino sigue en paz, como cuando te fuiste. Nuestra hija Blanca es muy sensata, y no pondrá en riesgo este enorme don del que disfrutamos. Es verdad, nuestro yerno es más imprevisible y belicoso, pero cuando tenga a su hijo entre sus brazos abandonará sin duda todas esas locuras...


¿No se te cansan los ojos con tantas filigranas y puntillas diminutas? ¿Quieres que te lea un romance mientras reposas un momento? Por supuesto. El de la princesa Moriana, tu favorito...


"Al pie de una verde haya
estaba el moro Galván.
Mira el castillo de Breña,
donde Moriana está;


De las riendas tiene al caballo,
que non lo quiere soltar.
Tiene el almete quitado,
por poder mejor mirar;
cuando con voz dolorosa,
entre llanto y suspirar,
comenzó el moro quejando,
de esta manera a fablar:


-Moriana, Moriana,
principio y fin de mi mal,
¿Cómo es posible, señora,
non te duela mi penar,
viendo que por tus amores
muero sin me remediar?


De aquel buen tiempo pasado
te debrías recordar,
cuando dentro, en mi castillo,
conmigo solías holgar;
cuando contigo jugaba
mi alma debrías mirar;


Cuando ganaba perdiendo,
porque era el perder ganar,
cuando merescí, ganando,
tus bellas manos besar,
y más cuando en tu regazo
me solía reclinar,
y cuando con ti fablando,
dormiendo solía quedar.


Si esto non fue amor, señora,
¿cómo se podrá llamar?
Y si lo fue, Moriana,
¿cómo se puede olvidar?"


-¿Te marchas , Leonor? Sí, es verdad que es ya muy tarde....
Por cierto, quería consultarte una idea que he tenido. ¿No te parece que ya es hora de que Navarra otorgue un título a su príncipe heredero? Uno que vaya ligado al nombre de una ciudad importante del reino. Quizás Pamplona...
Tienes razón, la fatigante Pamplona, con sus tres barrios permanentemente en guerra no se merece esa distinción. ¿Cuál crees tú que debería escoger?
¿Viana, dices? ¿Y por qué?
¿Porque entre sus muros siempre huele a galletas y bizcochos recién horneados?
Desde  luego no es una razón muy heráldica, pero como yo soy tan laminero como tú, me parece muy bien.  Aunque tan dulce motivación quedará secreta entre nosotros dos, pues diré al rey de armas que prepare el decreto atendiendo únicamente a los grandes servicios que siempre prestó esa hermosa villa de frontera a nuestra Corona...


Y este cronista gusta mucho también de esas ventanas dobles con bancos de piedra enfrentados, y le sobra el resto de la  construcción, por muy lujosa que ésta sea, si logra aposentarse en  una de ellas. Más aún si lo hace bien acompañado, pues hay miradas que ¿cómo podría olvidar?


© Mikel Zuza Viniegra, 2012