viernes, 4 de mayo de 2012

CUNQUEIRIANA


Y dicen que para que el señor Merlín pudiera salir finalmente del bosque bretón de Broceliandia donde doña Morgana lo tuvo confinado mil años, hubo aún de prometer a aquella engañadora arpía que no llegaría por mar a Miranda, allá en tierras de Lugo, donde le esperaban con todo preparado sus fieles don Alvaro Cunqueiro y don Felipe de Amancia, sino que haría el camino por tierra, aunque no estrictamente andando, pues en esto los magos tienen mucha ventaja, que para eso calzan botas de siete y aun de más leguas.

Hubo de jurarle asimismo que, metido en esa ruta tan desacostumbrada, visitaría en cada reino por el que pasase el lugar más hermoso y cercano al encantamiento que cada frontera guardase. Y como llevaba tanto tiempo encerrado hubo de buscar para poder cumplir su palabra a quienes tales enclaves pudieran señalarle.

En el muy poderoso reino de Francia, fue don Nicolás Flamel quien hizo un receso en su laborioso proceso de obtención de la piedra filosofal para recomendar muy vivamente al antiguo servidor de su alteza don Arturo Pendragon, que no dejase de ver La Couvertoirade, que es pueblo muy bien defendido por murallas construidas por los templarios, que como fraguaban el mortero con agua bendecida por su gran maestre Gerard de Ridefort, fueron levantando unos paredones que pueden resistir la acometida contra cualquier enemigo, aun si se presenta el mismo Papa a sus puertas, aunque no es fácil que ello ocurra por ser los pontífices muy vagos y muy amigos de permanecer encerrados en su palacio de Aviñón, catando los vinos del valle del Ródano....


Y en Navarra hubo de acudir el señor Merlín al consejo de Johanes de Bargota, que es brujo muy renombrado, al que encontró no obstante en posición embarazosa, pues como gustaba de disfrutar de los Sanfermines, había olvidado su cabeza en una posada de Pamplona, y sólo su cuerpo pudo acompañar al bretón en su visita al lugar más encantador de este reino. Pero como llamaba mucho la atención de los paisanos este guía descabezado, hubo de volver en un vuelo Johanes a la capital, que esto de volar era algo que se le daba muy bien, incluso en distancias mucho más largas, como atestiguarán en toda la península itálica si muestran ustedes interés por este asunto concreto. El caso es que en la posada donde había dormido no supieron darle razón de su cabeza perdida, tan sólo la sospecha de que unos húngaros se la hubieran llevado por ver si la hacían aprender a recitar la lista de los reyes navarros, empeño con el cual hubiesen ganado sin duda muchas monedas de oro en una feria tan populosa como la de San Fermín.

Así que sin tiempo para hacer más averiguaciones, y con el señor Merlín esperándole en las nubes, pues sin guía no sabía dónde poner el pie, tuvo Johanes que hacerse con la primera cabeza libre que pudo encontrar para salir del paso, que no fue otra que la del kiliki Napoleón, pues tuvo la fortuna de que su portador había almorzado con vino en la muy surtida taberna de La Raspa, que es como decir que había bebido sin comer, y le había entrado tal sueño y modorra que allí estaba la cabeza de cartón tan sola y abandonada como las melancólicas señoras que pintaban los maestros del quatroccento. Y quien piense que el señor Merlín se asustó al ver aparecer de tal guisa a su acompañante está muy equivocado, pues harta costumbre tenía él de combatir contra gigantes y enanos a todas horas en aquellos tiempos dorados de Camelot...

Mas veo que aún no he dicho qué lugar le pareció a este ilustre descabezado el más bello de Navarra. Y es ese mágico paraje un acantilado que al nombre de Adansa responde. No es un precipicio de esos tan enormes que no permiten ver su fondo. Al contrario, en días de sol reluce allá abajo el Salazar muy pinturero con sus tonos verdes y azulados. Y allá, al frente, refulge Usún al otro lado del Arangoiti. Y place mucho efectivamente aquél rincón al señor  Merlín, pues lo ha reconocido enseguida como uno de esos escasísimos paraderos dónde, si bien es muy agradable llegar solo, más aún lo es disfrutarlo en compañía de la persona amada.

Y estando en esos pensamientos, ven los dos recién llegados materializarse repentinamente la figura de un ángel, que por su pequeño tamaño no duda el señor Merlín en catalogar como perteneciente al seráfico orden de los melindrosos y prudentes. Y no se equivoca en su juicio, pues no tarda en contarles el aparecido -que dice llamarse Peruzziel-, que no todos los seres alados tienen el valor de lanzarse al vacío desde cualquier altura, al menos no en sus primeros intentos. Por eso tiene la Providencia dispuestos cuatro o cinco lugares como éste en el mundo a propósito, para que no siendo de altura excesiva, pierdan el miedo a saltar sus servidores.

Lo que se le hace raro a Johanes es que las otras veces que ha estado en Adansa, no haya logrado ver nunca ángeles como aquél que ahora tienen delante, pero queda disipada su extrañeza cuando el señor Merlín le informa de que por haber estado él tan cerca del Santo Grial, tiene el privilegio de observar aquellas criaturas celestiales sin dificultad ninguna, y que por eso sin duda, y por la amistad que ahora comparten, puede el de Bargota verlos también.

Pero siempre hay una razón para que estos seres tan huidizos se den a conocer, y la de éste en concreto es rogar a tan poderosos hechiceros que le ayuden en su empeño de poder volar. Y es que, según les cuenta, lleva siglos esperando a que se acerque hasta Adansa una soprano de fuste, pues gozan estas señoras de la facultad divina de poder sostener en el aire a los ángeles mientras cantan la más aguda de las notas musicales. Y desde ese pedestal sonoro, pueden ya  ellos solos volar por su cuenta. Y esto es así porque las voces de los ángeles y las de las sopranos son de la misma tonalidad y colorido...

Pues si ese es todo el problema -dice el señor Merlín- iré ahora mismo a buscar a una de esas damas para que vos podáis emprender de una vez vuestro itinerario celeste.
Pero como no es de buen tono que el invitado sea quien tenga que realizar todo el trabajo, es Johanes quien se ofrece a retornar una vez más a su querida Italia para encontrar a la cantante más dispuesta. Eso sí, y aunque le da algo de vergüenza, ha de pedir al bretón que localice su desnortada cabeza, que aparecer en Florencia, Pisa o Mantua  como un fenomenal cabezudo no sería ni elegante ni práctico. Y dicho y hecho, con un simple ademán trae el señor Merlín de vuelta la cabeza del de Bargota, que además viene cubierta de nieve, supuestamente porque aquellos fementidos bribones magiares estarían ahora mismo cruzando el Pirineo...

Y ya de nuevo entero, viaja por los aires hasta la ciudad de Pesaro, de donde se trae a doña Renata Tebaldi, de quien decían con mucha razón que tenía la "voce d' un angelo". Y en cuanto empieza a entonar el Ave María, parece como si las alas del contristado Peruzziel se hiciesen más grandes y fuertes a cada palabra recitada por la diva, hasta que le permiten alcanzar una altura jamás soñada, y de allí, aprovechando el rayo de sol menos oblicuo, puede volver por fin otra vez a la morada querubínica donde su temor le impedía permanecer. Pero antes de irse se arranca una pluma y la deja caer sobre Johanes, para que sus próximos vuelos a Italia sean más estables y con menos turbulencias que los hasta ahora realizados.

Y muy contento con semejante presente, del que el señor Merlín no tiene la menor envidia, pues él posee ya una, y nada menos que de Miguel, el príncipe de los arcángeles, devuelve el navarro a doña Renata a su ciudad natal, no sin entregarle como recuerdo del acontecimiento una caja de mantecadas de Casa Maquirriain de Lumbier, que son también de sabor angélico. Y cuando vuelve a Adansa es ya de noche, y si no fuese por su larga barba blanca, costaría distinguir al señor Merlín, que por llevar siempre su traje muy bien bordado de astros de oro y plata, se confunde con el manto cuajado de estrellas que envuelve tan fascinante entorno.



Y como no son horas ya de ponerse en camino, allá que pasan los dos la noche compartiendo conjuros y adivinaciones. Y obtiene Johannes la promesa de su poderoso amigo de que ha de remover todas las fuerzas naturales y divinas con su hechizo, para conseguir que todos aquellos enamorados que visiten juntos tres veces Adansa, permanezcan juntos y felices para siempre. Y mucho se alegra de oír esto, pues que él ha estado aquí ya dos veces con su amada...

Y a la  mañana siguiente, con el señor Merlín ya con la mente puesta en el reino de Castilla, le da Johannes la tarjeta de don Yllán, el mágico de Toledo, para que juntos viajen hasta el cañón de Rio Lobos, que es a su parecer el lugar más bello de aquél reino, y que tiene también algo que ver con aquellos mismos freires templarios que construyeron La Couvertoirade...


Y como en León no conoce a ningún mago, le da, por si le sirve de algo, las señas de quien fabricaba la cerveza "El león", porque había que ser hechicero, y de los buenos, para tomar aquel brebaje por cerveza. Y mucho le recomienda también que visite en aquel reino el monasterio de Carracedo, que es paraje donde encontrar dulce encantamiento de los sentidos, pues tiene una puerta y una balconada muy bien labradas, donde no cuesta imaginar a una hermosa princesa leonesa esperando a su gentil caballero ...



Y mucho le insiste antes de partir el señor Merlín a Johannes de Bargota, que varíe alguna vez el rumbo de sus viajes volantes y se pase por Miranda, donde tendrá siempre alojamiento preparado por sus buenos servicios en esta mágica peregrinación desde Bretaña. Y no dice que no el navarro, que es Galicia siempre buen destino...



© Mikel Zuza Viniegra, 2012