jueves, 29 de septiembre de 2011

PAISANOS


Proximidades del Mont-Saint-Michel, Normandía navarra.
29 de septiembre de 1362

Se le echan encima. Si no montase un caballo tan veloz, ya lo hubieran atrapado. Pero ve el monte allí, tan cerca ya, que pica espuelas sin hacer caso a los gritos de sus perseguidores bretones, que le conminan con graves amenazas a que se detenga. Sabe que si lo hace es hombre muerto: la Sacre Societé -o S.S., según sus siglas les identifican-, jamás deja vivos a sus prisioneros.


Al volver su cabeza puede verlos cada vez más cerca. Su alferez lleva la siniestra bandera mercenaria de los dos rayos blancos. No. No puede detenerse ahora, tras haber cruzado todo el territorio que el rey Carlos II de Navarra mantiene aún bajo su dominio. Sabe que si consigue llegar al monasterio, podrá contar con la ayuda incondicional del abad Remy, hermano al fin y al cabo del señor de Harcourt, quien fue asesinado a manos del traidor Juan II de Francia en aquella vergonzosa noche de Ruan.

Sólo le resta ya atravesar la estrecha lengua de arena que desemboca en la puerta principal del monte, y en cuanto empieza a hacerlo, con toda la jauría francesa detrás, comienza a subir la marea como por ensalmo, de tal forma que cada golpeteo de cascos que da su montura pareciera como si conjurase al dios de los mares, pues van cerrandose terribles olas tras él que, igual que las del mar Rojo se tragaron a los del engreído faraón, engullen furiosas a los hombres del maldito Dugüesclin. Aunque desgraciadamente no a él mismo, que parece como si hubiera hecho un pacto con Belcebú y siempre consigue librarse de todos los peligros. Lo ve nadar hacia la playa, y no hay duda de que es él, porque es tan feo y tan pequeño, que con ningún otro puede confundirse.

Ciento treinta zancadas le cuesta alcanzar el puente levadizo. Y a cada galope que da su caballo, a modo de plegaria, va recordando el jinete cada uno de los ciento treinta santuarios que tiene San Miguel dedicados en el reino de Navarra: Izaga, Aralar, Barillas, Lerruz, Villatuerta, Estella, Larraga, Aoiz...

Así le oiréis gritar al llegar ante los muros:

-¡Paso! ¡Paso franco a Jimeno de Artariain, mensajero de Su Majestad el rey don Carlos de Navarra!

Y el muy bien engrasado rastrillo baja con la misma suavidad que caen las hojas de los árboles en el otoño. Y reconforta lo suyo sentirse al abrigo del dorado arcángel, que reluce allá arriba sobre la flecha que corona la torre de la abadía. Mucha prisa se da Jimeno en ascender hasta la iglesia por el estrecho sendero que dejan las tiendas dispuestas para que los peregrinos dejen en ellas sus caudales, pues no quiere perderse el espectáculo que ofrecen los diezmados bretones a sueldo del rey de Francia. Pero antes saluda al abad, que para no dejar lugar a dudas sobre sus preferencias políticas, lleva cosidas en su escapulario las flores de lis con la banda de gules y plata propia de los Evreux.

Y ciertamente es extraordinaria la vista que desde la terraza puede divisarse, con el temible oceano batiendo contra las rocas sobre las que se asienta el monasterio, aislado ahora por la marea alta de la costa donde los mercenarios se lamen sus heridas. Jimeno incluso reconoce el águila bicéfala con la banda roja del tirano don Bertrand. Hasta le parece ver que le hace gestos de que habrá de rebanar su garganta en cuanto baje la marea y pueda echar el guante a ese sucio navarro...

Y eso sí que no. Pide entonces el mensajero que le conduzcan a la salle des chevaliers, que es bosque de gráciles columnas y bóvedas ojivales colgado sobre el mar, y donde desde los tiempos de las cruzadas se guardan los estandartes de cientos de caballeros que quisieron poner sus vidas en manos y en alas de San Miguel. Y entre tanta enseña de vivos colores, distingue perfectamente la que busca, que no es otra que la de su señor el rey de Navarra: el carbunclo de oro pomelado e iluminado de sinople en el medio, a manera de esmeralda. Él mismo estaba presente cuando don Carlos la entregó al abad, por eso no le ha costado mucho encontrarla ahora.

-¿Pero a dónde vais con esa bandera? -pregunta escamado don Remy.

-¡A hacerla ondear donde puedan verla bien los villanos que hacen gestos desde aquella playa! -replica Jimeno-. Y sin dar tiempo a que nadie pueda detenerlo, se lanza a escalar el inclinadísimo chapitel desde el que la gigantesca figura de San Miguel vigila incansable el horizonte. Y poco cuidado ha de tener con aquella resbaladiza superficie quien, como él, haya trepado muchas veces por las afiladas agujas de Etxauri. Por eso prosigue su vertiginosa ascensión mientras abajo los monjes se hacen cruces y pronuncian alambicadas oraciones para proteger a aquel insensato.

Y cuando llega a los pies de la estatua, se deslumbra momentáneamente el escalador con el resplandor que el sol arranca a las láminas de oro que la recubren, de tal suerte que está a punto de caer al vacío y, si no lo hace, es porque aunque desde la terraza no hayan podido verlo, ha movido la imagen su brazo para sujetarlo, aunque habrá descreídos que digan que fue el viento quien movió la figura en el momento oportuno. Y no es Jimeno uno de esos, pues sabe por propia experiencia que siempre ha sido San Miguel el primero de los caballeros del reino de Navarra, así que sin considerar que esto sea tentar a la Providencia, le parece cosa bien natural ayudarse entre paisanos.

Y haciendo muchos otros malabares, no tarda en sujetar la bandera a la espada del arcángel, de manera que no ya desde la playa, sino desde la misma ciudad de París ha de poder verse ahora que el Mont-Saint-Michel es refugio para los partidarios del rey de Navarra. Y mucho enfurece tal perspectiva a los mercenarios de la Sacre Societé, que nadie sabe por qué se hacen llamar de tal modo, pues de sagrado nada tienen, y de sociedad tan sólo la que marca el deseo de cometer todo tipo de bellaquerías.

Pero es curioso, cuando Jimeno comienza a descender, se fija en que el alanceado dragón a los pies de San Miguel lleva grabado en su lomo el emblema de la S.S., y cuando mira entonces a la cara del ángel de oro, le parece que le está guiñando un ojo...

Mucho le reconviene el abad su alocada actitud, pero mucho se alegra también el adusto fraile de que el santo haya demostrado su poder salvando la vida de Jimeno. Y dicen que nuestro estandarte estuvo mucho tiempo ondeando sobre el brazo de San Miguel, pues no pudieron quitarlo los bretones, que para atreverse a subir hasta allá arriba hacen falta muchos... bretones.

Más no hay tiempo para muchas más confesiones, y aunque lamenta el navarro no tener tiempo para ver detenidamente tanta maravilla como aquel monte encierra, mucho se alegra cuando se le advierte de que un bajel está fondeado al otro lado del promontorio, lista para llevarlo a su destino: Inglaterra. Está también convenida la contraseña que habrá de dar Jimeno al capitan del barco. Y es ésta una frase sacada de una canción muy famosa por aquellos lares, muy apropiada además para las fechas en las que se celebra la festividad de San Miguel:

-"Wake me up, when september ends."

Al otro lado del canal le espera el rey Eduardo para poner a disposición de su aliado navarro una flota de naves como jamás se haya visto. Y cada una habrá de desembarcar en un punto concreto de la costa normanda. Y esos puntos son los que señala el mapa que lleva consigo Jimeno, que por ese mismo motivo era tan perseguido por los hombres de Dugüesclin. Y para facilitar las labores de tan gran invasión, ha decidido el alto mando navarro dar a esas playas nombres que resulten más familiares a las tropas, aunque como el geógrafo era normando, ha escrito al parecer en su lengua los términos y por eso suenan un poco raro a los oído nacidos a este lado del Arga: "playa de Omaha-ndosilla", "playa de Barg-utah", "playa de Sword-lada", "playa de Gold-aratz" y "playa de Jun-anua".

Sí, ha de ser sin duda esa ocasión que recuerden los siglos, en la que todos los territorios navarros quedarán definitivamente liberados.
Tan sólo falta convencer al monarca inglés de un pequeño detalle: que retrase un mes la fecha que ha propuesto para la operación, pues ¿qué navarro en sus cabales preferiría lanzarse a la batalla un seis de junio, pudiendo hacerlo un siete de julio?

Y esto fue escrito el día de la fiesta del señor San Miguel, poderoso arcángel guerrero.




© Mikel Zuza Viniegra, 2011