lunes, 6 de junio de 2011

NIRE AITAREN ETXEA DEFENDITUKO DUT



Echarren de Guirguillano. Año de Gracia 1452

Se quedó atrás cuando su familia escapó esta mañana a toda prisa. Es tan menuda que nadie la echó en falta al huir. Pero es la única de su estirpe que se ha quedado a defender la casa de su padre.

De su padre muerto en la batalla que ha pocos días enfrentó en Aibar a los partidarios del príncipe contra los del rey. Y el señor de Echarren combatió a favor de don Carlos. Y los hombres de don Juan, con el malvado señor de Arzoz a la cabeza, ya cabalgan hacia aquí para cobrarse esa deuda...

Mas ella está preparada para recibirlos porque conoce hasta el último resquicio de su palacio, y porque aquella es su tierra y no ha de dar cuentas de sus dominios a nadie más que al legítimo señor de Navarra y a Dios, que todo lo ve desde el cielo. Y eso lo sabe aunque sólo tenga once años y haya quedado voluntariamente atrás sin que nadie haya reparado en su ausencia por no ser tan alta como sus hermanos...

Y no siente miedo cuando oye retemblar los cascos de los caballos ante los muros a su cargo. Ni cuando escucha al señor de Arzoz insultar a sus antepasados, llamándoles raza de cobardes, perros beamonteses y traidores a su rey y a su patria. Tan solo va colocando sobre cada almena los repletos orinales que los criados no tuvieron tiempo de vaciar, incluso el de la anciana tía Hildegarda, que por ser tan aficionada a las ciruelas, tiene siempre las tripas tan prestas a descargar como las de las cigüeñas que anidan en la torre...

Y los arroja uno a uno hacia quienes la asedian, que mucho se disgustan cuando comprueban las distintas sustancias que sobre ellos van lloviendo. Y lanzan entonces con furia sus flechas y sus saetas hacia el paseo de ronda. Pero como ella es tan pequeña, muy pegadica al muro, las ve pasar tan tranquila por encima de su cabeza. Y vuelve a colocar una segunda batería de orinales sobre cada almena, pero esta vez no van llenos de la materia acostumbrada, sino del aceite que guardan las bodegas del palacio. Ese que brota de los olivos que nacen en los carasoles y las solanas que miran hacia Mañeru. Y vuelve a arrojarlos uno por uno a sus enemigos, que esta vez ni siquiera hacen ademán de apartarse, pensando que ya no podrán oler peor. Así que tampoco tienen tiempo de retirarse cuando ven caer desde la almena una antorcha encendida, que al contacto con el líquido inflamable en el que todos están bañados, prende sus cuerpos en violenta llamarada, haciéndoles perecer entre horribles sufrimientos.

Y sólo queda ya en el campo el acobardado señor de Arzoz, para el que ella tiene preparado el regalo mejor. Así que con mucho cuidado abre la portezuela en el muro, y, como es tan pequeña, se introduce en la buharda o ladronera que defiende la puerta del palacio. Lo hace con mucho cuidado de no rozar siquiera un gran bulto cubierto de tela muy gruesa. Y cuando descorre la plataforma que se apoya sobre los modillones de piedra, puede ver justo debajo de sus pies la asombrada cara de su rival, que mira hacia lo alto incrédulo aun por lo que acaba de acontecer. Y entonces ella grita con todas sus fuerzas:

-¡Tomad un recuerdo del señor de Echarren!

Y descubriendo velozmente el fardo, deja caer sobre su rival una colmena repleta de furiosas abejas, que por la fuerza del impacto se parte en dos sobre la cabeza del desprevenido caballero que, enloquecidos su caballo y él por las miles de picaduras, sale huyendo hacia el norte perseguido por toda la jauría alada que la muchacha ha enviado en su contra. Y hay quien dice que desde aquel día, semejante bellaco fue conocido por el apodo de "Cara de piña", pues quedó tan horriblemente desfigurado, que finalmente su rostro fue verdadero espejo de su alma negra...

Y no tardó en correr la noticia de tan grande fazaña por todos los hogares del derrotado bando beamontés. De tal suerte que llegó incluso a oídos del príncipe de Viana, prisionero en Tafalla. Y éste, agradecido, envió desde allí el nombramiento para la pequeña de señora de la buharda o ladronera del palacio de Echarren de Guirguillano, encomiando su valor y habilidad, y lamentando no tener más capitanes tan dispuestos como ella en sus tropas.

Y está ese pergamino guardado todavía en dicho palacio, para quien quiera comprobarlo. Y hay muchos más testimonios de tan gloriosa defensa, pues mientras el palacio entero siguió conservando como armas heráldicas cinco panelas puestas en sotuer, la ladronera o buharda dispuso de las suyas propias, y fueron éstas una niña muy pequeña lanzando a cientos de abejas rampantes contra el viento.

Y la niña creció en edad, ya que no en estatura, y muchas otras proezas fue capaz de llevar a cabo, que se contarán en otra ocasión si a cuento vienen.

Y no se extrañe nadie de que mujer tan pequeña tuviera tal donaire, sino que recuerde todo el mundo las muy sabias y ciertas palabras del Arcipreste:

"...En pequeño jacinto yace gran resplandor,
en azúcar muy poco yace mucho dulzor,
en la mujer pequeña yace muy gran amor,
pocas palabras bastan al buen entendedor..."


© Mikel Zuza Viniegra, 2011