lunes, 18 de abril de 2011

ESTOICISMO



16 de noviembre de 1452

El príncipe de Viana, prisionero en el palacio de Tafalla, ha recibido carta de su muy querida María de Armendariz, a la que no ve desde que fue derrotado el mes pasado en la batalla de Aibar. Así lee el desdichado:

...Pues os advertí que os quedáseis a mi lado, y no quisísteis hacerme caso, os veis ahora en tan triste situación, y como resulta evidente que no os parezco consejera tan sabia como para atender mis preceptos, aquí os envío los de otro que también, como vos, fue rey hace muchos siglos, y cuyo libro os dejásteis olvidado sobre mi mesilla la última vez que nos vimos. Marco Aurelio se llamaba tan ilustre autor, y por si acaso habéis olvidado sus máximas, o envuelto en los dulces trajines de nuestros amores ni siquiera llegásteis a leerlas, espero que consuelen vuestro encierro y os hagan comprender que la derrota no es más que la otra cara de la victoria, y que ambas componen una veleidosa moneda que nunca se sabe de qué lado caera.

Resiste, Carlos, que pronto estaremos juntos de nuevo, tu cabeza en mi regazo a la fresca sombra del roble que dio nombre al primero en ceñir la corona de Navarra...

Y así habló el emperador de romanos en el libro IV de sus Meditaciones:

-"Todo lo que acontece es tan habitual y conocido como la rosa en primavera y los frutos en el verano, pues igual a esto es también la enfermedad, la muerte, la calumnia, la conspiración y cuantas cosas encantan o entristecen a los necios."

-"Mira siempre las cosas humanas como efímeras y banales. Ayer te enfriaste, mañana, serás mojama y cenizas. Por tanto, recorre esta pequeñez de tiempo que se te asigna acorde con la naturaleza, y despídete propicio, como la aceituna que maduró y cayó bendiciendo a la que la produjo, y dando gracias al árbol que la había críado."

-"Sé igual al promontorio donde sin cesar se quiebran las olas. Él permanece inconmovible, y a su alrededor se adormece la furia burbujeante del agua. "Desgraciado de mí, porque me ha pasado esto." Nada de eso, sino "Afortunado yo, porque a pesar de pasarme esto continúo sin pesar, ni quebrantado por el presente ni atemorizado por el porvenir". Porque esto igual podía pasarle a cualquiera, pero no todos seguirían adelante después de esto sin pesadumbre. ¿Por qué ha de ser aquello más desgracia que esto fortuna? ¿Llamas, en fin de cuentas, desgracia del hombre a lo que no es un fallo de la naturaleza del hombre?¿Por qué? Has aprendido su deseo. ¿Acaso este deseo te impide ser justo, magnánimo, moderado, prudente, libre de juicios repentinos, leal, reservado, libre...? Acuérdate además en ocasión de todo lo que te lleve a la tristeza, de echar mano de este principio: que no es esto mala suerte, sino que llevarlo con clase es signo de buena fortuna."


Y mucho confortan al príncipe estas palabras de los clásicos, y más aún le hubiesen confortado, si doña María hubiera recordado que en Aibar fueron precisamente quienes llevaban los odiados colores rojiblancos de los señores de Haro quienes se hicieron con el triunfo, y que esos fementidos ingratos, cuyas tropas se nutren de traidores y renegados a la bandera de las cadenas y las flores de lys, enmascaran una y otra vez sus añagazas en el campo de batalla diciendo que defienden no sé sabe qué "filosofía", que según ellos les permite reclutar mercenarios desde Finisterre hasta las tierras del Gran Kan de los Tártaros, y por tanto no está él, que yace en esta prisión, que ni sabe cuando es de día, ni cuando las noches son, para muchas "filosofías", aunque éstas sean de don Marco Aurelio...

Pero Carlos agradece de todas maneras la carta de doña María, que al fin y al cabo no sabe nada de torneos y combates. Y bien que hace viviendo en esa discreta ignorancia, que ya se ve a dónde lleva enarbolar banderas contra bravucones con muchos maravedíes y muy poca educación.

Eso sí, en cuanto recupere la libertad, además de correr a los siempre muy agradables brazos de doña María, lo primero que hará será dictar un decreto de estricto cumplimiento, que ordenará perseguir a patadas y puntapiés hasta echar del reino a ciertas personas que deshonran la intachable trayectoria de fidelidad a los colores rojos y azules que siempre mostraron los fieles súbditos del barrio de la Chantrea.

Digan lo que digan los filósofos romanos...


© Mikel Zuza Viniegra, 2011