domingo, 12 de septiembre de 2010

FANTASIANT



Ha de hacer Carlos de Viana una parada en la plaza de San Martín, que nota que los zapatos que ayer mismo compró en la tienda que el señor Albizu tiene en la plaza de San Juan de Estella, le vienen pequeños. Pega todavía fuerte el sol septembreño, así que aprovecha para refrescarse en la fuente de la mona, cuyos cuatro caños hacen borbotear el agua en la pileta.

Sí, será mejor cambiarlos por otros un número mayor, piensa mientras cruza el puente del azucarero para retornar a la ciudad. De paso se acomoda en el morral el libro de mosén March que vio esta mañana en la librería Clarín y no pudo resistirse a comprar, pues no en vano es don Ausias uno de los mejores poetas del momento, y es además también uno de sus más leales súbditos, pues otro de los títulos que ostenta el príncipe es el de duque de Gandía, ciudad donde el valenciano vive y compone todos sus versos.

En la Rúa Mayor, los ricos aromas que salen del obrador de "La Mallorquina" le hacen caer una vez más en el dulce pecado de la gula, y es que nunca puede pasar por allá sin probar unos sanchicos o un buen trozo de tarta de San Andrés. Y ya que esta calle abunda en comercios señalados, no le parece bien no escoger un vestido a la última moda de Borgoña en “Selecciones Armañanzas”, que mucho ha de agradecer el detalle su querida esposa Agnes.

Con los nuevos zapatos se siente mucho más cómodo, sí señor, así que se dirige muy contento al Florida a tomarse un aperitivo, un vino aromatizado con hierbas al que se aficionó en sus viajes por Italia con los señores Martini y Peruzzi.

Y entre unas cosas y otras, ve que la clepsidra marca casi ya la hora convenida. Y es que, como quedó dicho, es don Ausias March tan buen vasallo que le ha enviado desde su soleada Gandía, a más de varios cestos de hermosas toronjas, toda una representación de ministrers escogidos entre los mejores de su capilla. Y al frente de todos ellos viene el muy virtuoso artista don Carles de Magraner, al que es cosa de mucha maravilla y regocijo poder escuchar en aqueste reino de Navarra.

Las pastas y los vinos -piensa un tanto sofocado-, pesaban menos sobre el mostrador que subiendo las escaleras de San Miguel, que es donde va a darse el concierto, y donde ya le espera Agnes sentada en sitial de honor, como a tales príncipes corresponde.

Y muy pronto empiezan a sonar tan lindos aires, que hasta las bóvedas de piedra del templo parecen ahuecarse con tan bella música, compuesta para acompañar los versos de don Ausías:

-“El mal que amor promete no conviene
pensar que el esfuerzo humano lo sufriese;
Pues amo el daño que de amor me viene,
sentid que haría el bien si me viniese;
La cuenta en que mi alma os tuvo y tiene,
mi lengua os lo diría si pudiese;
Y es mi afición tan alta soberana,
que casi os juzgo más que por humana.”


Y le parece a la princesa de Viana que esos versos le suenan un tanto, y aún más los siguientes que va desgranando la capilla de ministrers:

-“Amar yo tibiamente es baja cosa,
que los extremos son aquí excelentes;
El poco amor ni cansa ni reposa,
ni causan mal ni bien sus accidentes;
El que se extrema es fuerza tan sabrosa
que nunca jamás mira inconvenientes;
Cada uno tiene de estos su camino,
y el medio de los dos jamás lo atino.“


Y no le caben dudas cuando oye los últimos:

-“Parece esto misterio a alguna gente,
mas quien Arnaut Daniel mirar quisiere,
y en otros de aquel tiempo, claramente
verá quien es amor y cómo hiere;
Mi dama en rostro, en habla, en continente
muy claro da a entender que no me quiere;
Si le estoy cerca, estoy desatinado,
y muestro aborrecerla de turbado.”


Y es que todos estos serventesios ya los había leído ella, pero no en los libros del buen don Ausías, sino en las cartas que le envió Carlos a Kleves cuando se concertó su matrimonio. De manera que entiende que el príncipe hizo pasar como salidas de su caletre todas estas maravillas que en realidad pertenecían al del poeta valenciano.

Y duda si reprochárselo o no a su marido, porque al fin y al cabo son estos maravillosos versos escuela de amadores y espejo de enamorados, y si Carlos pensó que con ellos lograría conquistarla, anduvo muy certero en tal elección, pues consiguió su objetivo. Así que, al terminar el concierto, se le queda mirando a los ojos mientras el público aplaude el desempeño de los ministrers, y el príncipe, que comprende enseguida la expresión burlona de su esposa, se acerca a su oído y con gesto sonriente le dice:

-No os maraville, señora, que sabéis bien que soy mucho mejor historiador que poeta, y es de necios querer superar a un maestro no teniendo arte para ello.
Pero no penséis que es plagio, no, sino a lo sumo mera "intertextualidad"…


© Mikel Zuza Viniegra, 2010