sábado, 14 de agosto de 2010

CRÓNICAS FLORENTINAS III: HASTA EN EL INFIERNO



Me explicas que llevabas nueve años planeando tu encuentro con ella, que únicamente la habías visto una vez antes de aquella, cuando ambos teníais nueve año; que hasta habías hecho coincidir la cita con su salida de misa, justo a la hora nona del día nueve del noveno mes. Y yo sólo puedo decirte que, aparte de no entender muy bien esa extraña obsesión tuya por el número nueve, no tengo la culpa de haberme puesto a tocar precisamente en la puerta de esa iglesia en ese mismo momento. Debió ser cosa del destino…

Ya me habrás visto otras veces por la ciudad. Sólo tengo dos posesiones: mi daga y mi flauta, que en mi tierra llaman “txistu”. Cuando el vino no hace temblar mi mano, pongo la primera al servicio de quien mejor me pague. Cuando no tengo tanta fortuna, me conformo con ganar unas monedas en cualquier plaza concurrida.

Aquella tarde, lo recuerdo bien, yo estaba tocando frente a Santa Margherita un aire que cantaba mi abuelo:

"Dama polita zera,
polita guztiz, ai!
baina halare zaude
oraindik ezkongai,
ezkon gaitezen biok!
esan zaidazu bai!"
"Ni zurekin ezkondu?
ni zurekin? Jai, jai!"

Y como Dios entiende todas las lenguas, la hizo aparecer ante mí, vestida de un color blanquísimo, en medio de dos gentiles damas de más avanzada edad y, al pasar por la calle, volvió sus ojos hacia donde yo estaba y me saludó muy alegremente, de modo que me pareció ver entonces todos los extremos de la Gloria…

Dices que eres escritor y poeta, aunque quizás demasiado joven para saber que las damas prefieren siempre a los músicos. Quizás porque su volátil carácter casa mejor con composiciones que se bailan y se olvidan nada más ser escuchadas, que con gruesos tratados de diminuta y apretada letra. Convendrá que lo tengáis en cuenta para el futuro, porque nunca suele fallar…

Sí, comprendo que puedas estar dolido porque las cosas no hayan salido como llevabais tanto tiempo proyectando, pero eso es lo que suele ocurrir cuando hay mujeres de por medio. Mas si albergas deseos de venganza porque aquella misma noche yo robara la joya más preciada que se guardaba en el palazzo Portinari, convendrá que te advierta de que hoy no he bebido vino, y por tanto mi daga está presta a ser usada. La decisión es exclusivamente tuya…

¿Qué cómo me llamo? Pronto os lo dire: Juan Pablo es mi nombre. Gian Polo, como vosotros decís. Y nací en el reino de Navarra.

¿Cómo dices? ¿Que tan parcos datos te bastan para mandarme al Infierno? Deja que me ría, joven fatuo y rencoroso, porque ya he estado allí. Entré al servicio del buen rey Teobaldo el joven, el que acompañó a su suegro San Luis de Francia a la Cruzada de Túnez. Allí pude ver yo bien qué cosa es el Infierno: sangre hasta las rodillas de mujeres y niños inocentes; robos sin cuento, incluso entre aquellos que presumían de cristianos; muerte y más muerte, hasta que el propio Teobaldo murió, y yo también tuve que matar y robar para poder salir de aquel maldito desierto de arena.

¿Podrás imaginar algo tan terrible tú, literato gomoso, que sólo sirves para presumir ante las jóvenes que pasean entre el Duomo y la Signoria? Yo no lo creo, petimetre florentino. Pero si lo consigues, y de tu mente sale alguna vez el plano detallado del Averno, tienes mi permiso para que mi nombre pase a la posteridad metido en las calderas ardientes del diablo. ¡Así podrá decirse con razón que hay navarros hasta en el Infierno, y que las montañas que rodean nuestra hermosa patria no son suficientes para mantenernos dentro de ella!



Se cumplen ya casi quince años de aquella conversación de taberna. También de la muerte de Beatriz, la joya de la familia Portinari que aquel navarro del demonio, superviviente de todo tipo de calamidades, arrebató de las manos, que no del corazón, de quien ahora se dispone a escribir el Canto XXII de una “Commedia” que le tiene absorto desde hace meses. Hunde la pluma en el tintero y, con una sonrisa, pues después de tantos años ya no le cae tan mal el astuto vividor Gian Polo, escribe sobre el pergamino:


Mi guía, Virgilio, se acercó a él y le preguntó de donde era, a lo que respondió:

“-Yo nací en el reino de Navarra, mi madre me puso al servicio de un señor; ella me había engendrado de un pródigo, que se destruyó a sí mismo y disipé su fortuna. Después fui favorito del buen rey Teobaldo, y me lancé a comerciar con sus dineros; crimen de que doy cuenta en este horno”.

Y el demonio Ciriatto, a quien salía de cada lado de la boca un colmillo como el de un jabalí, le hizo sentir lo bien que uno de ellos hería. Entre malos gatos había caído aquel ratón; porque el cruel Barbariccia lo sujetó entre sus brazos, diciendo: Quedaos ahí mientras que yo le ensarto. Y volviendo el rostro hacia mi Maestro, añadió:

-Pregúntale aún si deseas saber más, antes que otros lo destrocen.

Y habló el diablo Libicocco: Ya hemos tenido demasiada paciencia, dijo, y le enganchó por el brazo con su arpón, arrancándole de un golpe todo el antebrazo. El feroz Draghignazzo quiso también cogerle por las piernas; pero su Decurión se volvió hacia todos ellos lanzando una mirada furiosa. Cuando se hubieron calmado un poco, mi Guía no tardó en preguntar a aquel que estaba contemplando su herida:

- Si queréis ver u oír a toscanos y lombardos -empezó a decir en seguida el desgraciado pecador-, haré que vengan. Pero que esas malditas garras se mantengan un poco apartadas, a fin de que ellos no teman sus venganzas; yo, sentándome en este mismo sitio, por uno que soy haré venir siete, silbando como acostumbramos cuando uno de nosotros saca la cabeza fuera de la pez.
Al oír estas palabras, el horrible Gagnazzo levantó el hocico meneando la cabeza, y dijo:

-¡Oid el medio malicioso de que se ha valido para volver a sumergirse!

A lo cual contestó aquél, que tenía abundancia de estratagemas:

¡En verdad que soy muy malicioso, cuando expongo a los míos a mayores tormentos!

No pudo contenerse el demonio Alichino, y en contra de lo dicho por los otros, respondió:

-Si te arrojas en la pez, no correré al galope detrás de ti, sino que emplearé mis alas para ello. Te damos de ventaja la escarpa, y el ribazo por defensa, y veamos si tú solo vales más que todos nosotros.

¡Oh tú, que lees esto, ahora verás un nuevo juego! Todos los demonios se volvieron hacia la pendiente opuesta, y el primero de ellos, el que se había mostrado más remiso.

El navarro aprovechó bien el tiempo; fijó sus pies en el suelo, y precipitándose de un solo salto, se puso al abrigo de los malos propósitos de aquellos. Contristados se quedaron los demonios ante esta treta, pero mucho más el que tuvo la culpa de ella; por lo cual se lanzó tras de él gritando:

-Ya te tengo.

Pero de poco le valió, porque sus alas no pudieron igualar en velocidad al espanto de Ciampolo; éste se lanzó en la pez, y aquél cambió la dirección de su vuelo; llevando el pecho hacia arriba.

No de otro modo se sumerge instantáneamente el pato cuando el halcón se aproxima, y éste se remonta furioso y fatigado. El furioso Calcabrina, irritado contra el voraz Lichino por aquel engaño, echó a volar tras él, deseoso de que el pecador se escapara para tener un motivo de querella. Y cuando hubo desaparecido el prevaricador, volvió sus garras contra su compañero, y se aferró con él sobre el mismo estanque. Pero éste, gavilán adiestrado, hizo uso también de las suyas, y los dos cayeron en medio de la pez hirviente. El calor los separó bien pronto; pero todo su esfuerzo para remontarse era en vano, porque sus alas estaban enviscadas. Y el rabioso Barbariccia, descontento como los demás, hizo volar a cuatro desde la otra parte con todos sus arpones, y bajando rápidamente hacia el sitio designado, tendieron sus garfios a los dos demonios, que estaban medio cocidos en la superficie de aquella fosa. Nosotros los dejamos allí enredados de aquella manera...

© Mikel Zuza Viniegra, 2010