viernes, 11 de junio de 2010

NO MIRES ATRÁS



Apenas hace unas horas que les arengó a resistir, y ahora su caballo lleva cubiertas las patas para que el golpeteo de sus cascos no delate su huida. Sabía que la Navarrería estaba condenada cuando les animó a mantenerse en sus atalayas y empuñar sus sardes y sus hoces contra las espadas y las lanzas bien afiladas del ejército francés que hace un mes les tiene sitiados. A los más dudosos les convenció diciéndoles otra mentira: que las tropas castellanas estaban en camino…

Otros le acompañan en esta traición que se va consumando cuanto más se acercan al puente de la Magdalena, que se halla sin guarnición por la desorbitada recompensa pagada a Gastón de Bearne para que esa noche mire para otro lado.

Pero García Almoravid, que casi fue gobernador general, y que de haber jugado bien sus cartas hubiera podido llegar a ser incluso rey de Navarra, prefiere mirar a su espalda, donde un funesto silencio anuncia la muerte que mañana mismo alcanzará a todos los ciudadanos que le habían seguido en su rebelión contra el protectorado francés del gobernador Beaumarchais.

Si creyera en la otra vida, esa de la que los curas siempre están hablando, pensaría que por este abandono tendrá asegurado un infierno eterno. Pero sólo cree en el momento que a cada uno le toca vivir, y en que conviene alargarlo cuanto más se pueda. De nada serviría morir junto a los villanos que le acompañaron en su locura. Al fin y al cabo sólo son escoria: labradores y sirvientas, mientras que él es uno de los ricoshombres del reino…

-“Un cargo de honor, cuyo desempeño supone una responsabilidad con los más débiles y necesitados. Si alguien que se dice noble abandona ese sagrado ideal, más le valdría atarse una piedra de molino al cuello y lanzarse al río, porque su persona valdrá menos que las ratas que infestan los graneros vacíos del rey…” –le parece estar oyendo a su padre que una y otra vez le repetía esas palabras para que entendiera que un caballero no puede traspasar ciertos límites.

Pero en algún lugar del camino olvidó esos consejos, y mañana cientos, miles quizá, van a morir mientras él, un noble caballero, corre a esconderse hacia el norte.

El rubor de la vergüenza cubre su rostro mientras lo piensa y entonces, tras las almenas de la última torre que da sobre el Runa, contempla claramente a pesar de la oscuridad de la noche a Jimena de Subiza, su amante, que ha preferido quedarse dentro de la ciudad que cometer junto a García semejante bellaquería.

De nada sirvió que éste le rogara que le acompañase para empezar juntos una nueva vida lejos de aquel rincón hediondo de la Navarrería. Al contrario, sólo consiguió que le despidiese con las mismas frases que le decía su padre. Y voto a Dios, que si le hubiese marcado también el rostro con el hierro al rojo de los traidores, no le hubieran dolido más sus palabras...

Y eso que no escatimó detalles al narrar los peligros a los que se expondrían quienes en ese momento dormían pensando que García velaba por ellos: la soldadesca francesa lleva un mes sin cobrar su paga, sus jefes les permitirán llevar a cabo todo tipo de rapiñas y crímenes. Y sabe que hay orden de no dejar a nadie con vida, aunque las mujeres primero serán forzadas delante de sus propios maridos y sus hijos.

Mas a cada barbarie que García le anuncia, no sale de la boca de Jimena otra respuesta que la que el caballero tan bien conoce:

-“Si alguien que se dice noble abandona ese sagrado ideal, más le valdría atarse una piedra de molino al cuello y lanzarse al río, porque su persona valdrá menos que las ratas que infestan los graneros vacíos del rey…”

Y ahora él está allí a punto de dejar a todos atrás, y ella allá arriba, haciendo patente su traición, aún sin decir una sola palabra…

Y pide la ballesta a Gonzalo Ibañez de Baztán, otro de los que ha preferido la vida al honor, y apunta con ella a Jimena:

-No acabarás entre las piernas de un soldado borracho. Tú no. Puedo llevar también tu vida sobre lo que reste de mi conciencia –piensa mientras acciona la nuez del arma y el dardo sale disparado hacia Jimena, que se desploma hacia atrás y desaparece de la vista de García.

-Sí. Todos nosotros somos peores que las ratas –masculla mientras devuelve la ballesta a su dueño-. Pero mañana veremos amanecer un día más…



La madrugada del día de San Miguel del año 1276, salieron por el camino de los peregrinos de Pamplona García Almoravid, Gonzalo Ibañez de Baztán, Juan González de Baztán, Simón de Oharriz, Miguel Garcés de Oharriz, García Periz de Lizoain, Pedro Jimenez de Zabalza, Simón Pérez de Opacua, Eneco Gil de Urdaniz, Sancho Iñiguez de Urdaniz, Gonzalo de Arbizu, Juan de Armendariz y Juan Sánchez “el vizcaino”.
Todos ellos incluyeron de este modo su nombre en la Historia Universal de la Infamia.

Por la mañana, mientras los abandonados vecinos de la Navarrería intentaban negociar una rendición, las tropas francesas al mando del condestable Imbert de Beaujeu asaltaron el barrio a sangre y fuego. Anelier lo contó:

“En la catedral podríais encontrar todo el tesoro de la ciudad, lo mejor y más querido. Allí veríais a los soldados correr por todas partes. Aquí veríais abrir y destrozar féretros, y esparcir cerebros y despedazar cabezas, y forzar a señoras y doncellas, y robar la corona del Santo Crucifijo, y coger y ocultar las lámparas de plata, y abrir las arcas y robar las reliquias, los cálices, las cruces y los altares. Veríais tomar muchas ropas y despojar a las mujeres. Como los traidores no podían encontrar lugar donde esconderse, eran apresados y llevados a empalar, conduciéndolos hasta los burgos atados con sogas al cuello...”

La Navarrería quedó destruida hasta los cimientos, y no volvió a poblarse hasta 50 años después. La catedral estuvo cerrada 30 años.

García Almoravid fue finalmente apresado y llevado a Toulouse, donde murió en las mazmorras del rey Felipe de Francia. Nunca más volvió a Navarra.


© Mikel Zuza Viniegra, 2010