jueves, 10 de junio de 2010

DIOS TE LIBRE DE VENGANZA DE MUJER NAVARRA...



Otra primavera más acaba de comenzar, pero ninguna ha sido buena para ella desde que salió de Navarra hace ya más de ocho años…

Está ya harta de la yerta tranquilidad del Anjou, de los revoltosos nobles de Poitiers, pero sobre todo está harta de su marido, ese Corazón de León cuyo desamor la obliga a peregrinar de ciudad en ciudad entre los maledicentes comentarios de todos aquellos que la ven pasar.

Él jamás la quiso, y a ella se le vino abajo muy pronto el ideal de caballero del que su casamentera suegra Leonor tanto le había hablado...

Comprendió pronto que no podía rivalizar con la única amante que Ricardo estimaba de verdad: su espada siempre sedienta de sangre. La hacían reír los rumores de que el rey prefería la compañía de los hombres. No era a los hombres a quienes perseguía, sino a los soldados. En realidad a cualquiera que pudiese contarle una “hazaña” sobre sitios a ciudadelas inexpugnables, brazos cortados por hachas afiladas o cuellos cercenados por dagas florentinas. Nada le sacaba de su abulia de constantes borracheras si no iba envuelto en cota de malla y apestaba a vísceras recién arrancadas.

Como todos los exaltados, también tenía momentos de arrepentimiento, en los que componía bellas canciones de amor y perdón, pero en cuanto oía la trompeta del heraldo llamando a la guerra, volvía su anhelo de destripar a todo aquel que no obedeciese sus extravagantes órdenes como un perro bien domado.

Y ella no lo aguanta más. Su leyenda le ahoga, aunque ya apenas se vean, aunque sólo sepa de él de vez en cuando, y siempre por algún hecho violento o alguna correría infame a la búsqueda de más oro con el que financiar sus campañas militares.

Basta ya. Ha llegado la hora de romper el vínculo que desgraciadamente les une desde que aquel obispo les casó en Chipre…

Y hace entonces llamar a su fiel aya Goizeder, que la acompaña desde niña, y juntas preparan todo lo necesario para que Berenguela vuelva a ser libre: una pequeña figura hecha con arcilla arrancada de las cuevas del pueblo natal de la sirvienta, el misterioso Zugarramurdi, en la que la reina pinta con oro los tres leopardos de Inglaterra, y en cuya cabeza incrusta con saña un mechón pelirrojo que el bobo de su marido se dejó cortar creyendo que su esposa, como el resto del mundo, también le idolatraba…

Y de la bolsa que pende de su cinturón, saca Berenguela un estilete tan afilado como las espinas de las rosas que crecen en Tafalla, y tras una impía plegaria que ambas mujeres repiten tres veces: "Chalús, Chalús, Chalús...", lo hunde en el cuello del muñeco, que se dobla y contrae como si hubiese podido sentir el dolor…

-Amaia da hasiera! -grita la criada.

Sí, la reina también lo cree así: el fin de Ricardo será el principio de su nueva vida, en la que por fin podrá hacer lo que quiera, cuando quiera y con quien quiera…

Y no pasan ni siete días, cuando un mensajero entra a uña de caballo en el palacio donde reside Berenguela y le anuncia que el rey fue herido en el cuello por una saeta que nadie pudo ver de dónde salió, mientras sitiaba el castillo de Chalús el pasado 25 de marzo, y que su cadáver reposará en la abadía de Fontevraud.

Y cuando la viuda se refugia entre sollozos en el pecho de Goizeder, todos creen que es por la pena que la funesta noticia le ha causado, y la compadecen y lloran con ella, pero lo cierto es que no hay lágrimas en sus ojos, sino esperanza de una vida totalmente nueva.

Amaia da hasiera…


© Mikel Zuza Viniegra, 2010