jueves, 13 de mayo de 2010

DE NOMBRE TAN SONORO...



Una de las mejores cosas de escribir dejando volar la imaginación es la posibilidad de jugar a ser Dios…

Dejábamos el otro día al pobre infante Teobaldico despanzurrado en San Pedro de la Rúa de Estella, pero se me antoja ahora, cuando han pasado ya 738 años de tan infausto suceso, que la literatura paralice en el aire al niño y al aya que caen, y haga que en el breve lapso de tiempo y de espacio que media entre lo alto de Zalatambor y el suelo del claustro, les salgan unas alas que les devuelvan sanos y salvos a la terraza...

Y ese niño protegido cual Moisés entre las aguas, crece, y su padre, que tampoco ha muerto por un disgusto que ya no ha tenido lugar, le va contando como al poco de nacer, fue concertado su matrimonio con otra niña que se llama Violante, hija del rey de Castilla. Y al joven Teobaldico esa princesa prometida, a la que no conoce de nada, se le antoja más bella y dispuesta que la hija del emperador de Constantinopla, cuyas aventuras tanto le gusta leer en las novelas que se guardan en la biblioteca del castillo de Tiebas.

Y en pocos años más, esa pareja de nombre tan sonoro, acaba casándose por fin, y su primogénito recibe por supuesto el nombre de Teobaldo, y ocurre que en él vienen a juntarse las sangres más poéticas de toda la Edad Media, pues son sus abuelos don Teobaldo I de Champaña, y don Alfonso X de Castilla, que fueron sin duda los mejores trovadores de su tiempo. Y ha de ser por eso por lo que este joven Teobaldo IV muestra desde muy temprano tanta sagacidad e ingenio como la que manifestó el niño Jesús ante los doctores del templo de Jerusalén, y por lo que, ya adolescente, es capaz de componer cantigas, baladas y virolays sin dificultad alguna, aspecto éste que le hace muy popular entre las damas que arreboladas de amor caen entre sus brazos.

Y en esas está cuando su padre, Teobaldo III, el arrancado por la fantasía a las garras de la muerte en Estella, fallece esta vez de veras, y comienza a reinar en Navarra quien ve en los versos amigos más placenteros que lo que nunca podrán llegar a ser los artículos de las leyes. Así que una de sus primeras medidas de gobierno consiste en mejorar las capítulas del Fuero General que compiló el primer Teobaldo, llenando de claras estrofas y de cantarinas rimas lo que los leguleyos de antaño se empeñaron en hacer incomprensible. Y es desde entonces el reino gobernado en base a la poesía, y sea por eso o no, llueve a partir de entonces sólo en primavera, cuando lo necesitan las semillas, y hace menos frío en invierno y el calor justo para que maduren los frutos en verano.

Las prisiones y mazmorras quedan vacías, pues no hay motivo para encerrar a nadie en ellas, y van añadiéndose a la biblioteca de Tiebas nuevos tratados y manuscritos que el rey considera necesarios para aumentar la felicidad de su pueblo. Y mientras se afana en guardarlos en buen orden en las pobladas estanterías, caen de improviso en sus manos las novelas que sobre la princesa constantinopolitana leía su padre, y este otro Teobaldo cae también bajo el hechizo bizantino, hasta el punto de enviar embajadores a la ciudad imperial para pedir la mano de la princesa que esté en ese momento disponible, pues es cosa sabida que es aquella Corte muy pródiga en infantas casaderas. Y place a Andrónico II Paleólogo tal petición, por lo que a vuelta de correo aparece en Tiebas una comitiva tan lujosa como no se ha visto otra, custodiando a la princesa Eudora, que en griego quiere decir “Honrada”, que resulta ser tan aficionada a los libros y a la poesía como Teobaldo, lo que pronto hace nacer el cariño mutuo entre ambos desconocidos de nombre tan sonoro, y que, andando el tiempo, nazca además también un quinto Teobaldo, con facciones tan clásicas como las de las estatuas que salían de las manos de Fidias, a decir de quienes le conocieron.

Y hora es ya de cerrar el libro de los Teobaldos, que podría yo prolongar aún un buen trecho, aunque bastará con decir que el quinto Teobaldo se casó, como era de prever, con una princesa de nombre tan eufónico como el suyo, pues está visto que no se estilaba en esta Dinastía el juntarse con simples Marías o Cristinas…

Y no será menester tampoco recordar que, como prueba de lo importantes que fueron en la historia, tienen ahora los Teobaldos en Pamplona una calle a ellos dedicada (sin hacer separaciones entre unos y otros), donde antaño tenía su comercio el mercader Alonso, que como todo el mundo sabe: “en agosto vendía al costo…”


© Mikel Zuza Viniegra, 2010