sábado, 25 de noviembre de 2023

PODIO DE HONOR


Si tengo que escoger a mis tres personajes medievales favoritos, aquellos de los que he leído con fruición todo lo que ha caído en mis manos, uno sería indudablemente el príncipe de Viana, y los otros dos Juana de Arco y Benedicto XIII.


Carlos más que los otros, pero el caso es que los tres han aparecido frecuentemente en estas crónicas mías. ¿Pero puede establecerse alguna relación entre ellos? Pues quizás un poco de carambola, pero sí, se puede.

Recordemos que Benedicto XIII, de nombre Pedro de Luna, vivió entre 1328 y 1423. Juana de Arco lo hizo entre 1412 y 1431. Y Carlos de Viana entre 1421 y 1461. 

Juana y Carlos eran demasiado pequeños cuando murió en Peñíscola, a los 95 años, el abandonado por todos –incluso por los que él mismo había enaltecido- papa Benedicto XIII.

Aunque en realidad no fue abandonado por todos, porque ya dediqué otra de mis historias ( Tú eres Pedro ) al escudo del papa Luna grabado en el altar más recóndito de la catedral de Pamplona (erigida por cierto bajo su pontificado): el de la capilla de San Jesucristo. Pero sobre todo porque en el Armagnac, al sureste de Francia, en la frontera con Aragón, parte del clero local se mantuvo en sus XIII –nunca mejor dicho- y se sabe que uno de los últimos 4 cardenales fieles que nombró Benedicto antes de morir provenía de allí. Los otros 3 eran aragoneses, y reunidos en conclave mínimo eligieron a uno de ellos, Gil Sánchez Muñoz, y lo nombraron papa Clemente VIII.

Pero el francés, que era deán de la catedral de Rodez, y se llamaba Jean Carrier, juzgó que muerto quien lo había nombrado cardenal, no tenía por qué obedecer a sus tres compañeros, así que se reunió consigo mismo (maravillosa y teológica decisión que, indudablemente, le evitó grandes discusiones) y eligió un nuevo papa –Benedicto XIV- en la persona del humilde sacristán de su catedral, que a la sazón se llamaba Bernard Garnier. Hizo así que continuase el denominado Cisma de Aviñón, cuando el papa de Roma, Martín V, pensaba que ya había logrado ponerle fin. Porque ahora había ya tres posibles papas: uno en Peñíscola, otro en Roma, y otro escondido y proscrito en el Armagnac.

De hecho, hay autores que afirman que la sucesión apostólica de Aviñon continuo tras Bernard Garnier, y que esa sería la verdadera Iglesia, y no la romana, porque tras Bernard Garnier vinieron muchos otros papas que siempre se llamaron Benedicto, en honor del papa aragonés que se había negado a renunciar. Y que de hecho habrían llegado hasta nuestros días, siendo perseguidos por Roma implacablemente, pues todos ellos se empeñaban en no dejar morir el Cisma.

Porque Benedicto XIII sigue siendo considerado por la Iglesia romana como antipapa, y pasados 600 años ya, es dudoso que tal condición vaya a cambiar algún día. Aunque me gusta recordar a ese respecto la placa que le homenajea en su fabuloso castillo de Peñíscola, una de cuyas sentencias afirma:

“El Juicio Final descubrirá los misterios de la Historia...” 


Aunque quizás no haya que esperar tanto, porque contra todo pronóstico, el Vaticano solicitó el mes pasado al Arzobispado de Zaragoza documentación relativa a Benedicto XIII para estudiar su hipotética rehabilitación. Lo cierto es que cuando otro Benedicto (en este caso el XVI) y Francisco cohabitaron durante años dentro de los muros vaticanos, y hubo por tanto dos papas a la vez, siempre pensé que se abría una puerta para reivindicar a Benedicto XIII como lo que realmente fue: uno de los sumos pontífices más culto y honrado de toda la historia. Eso no allana el problema fundamental: si se rehabilita ahora al aragonés, ¿qué pasarían a ser todos los papas romanos que vinieron tras él? ¿Antipapas? Es desde luego toda una discusión bizantina, que probablemente nunca llegará a término, porque con ritmos habituales de la Iglesia, la decisión llegará muy probablemente para el ya citado Juicio Final.

Pero volviendo al asunto central de mi crónica y por tanto a la zona rebelde a Roma del Armagnac, resulta que allí gobernaba el conde Juan IV, Era el conde por tanto señor –y protector- del ya mencionado Jean Carrier, que se supone que le reveló la designación secreta de Benedicto XIV. Y no sabemos qué pensó de tan sensacional noticia, pero sí que sabemos que al menos la duda sobre quién era el verdadero quedó sembrada en su corazón.

¿Y cómo lo sabemos? Pues porque incrementando las dosis de folletín, Juana de Arco, tras ser capturada por los ingleses, fue llevada prisionera a Ruan, donde el malvado y traidor obispo Pierre Cauchon la sometió a un inmisericorde interrogatorio que –sorprendentemente- la joven sorteó con una prudencia e inteligencia inesperadas, más propias de un abogado de la corte que de una campesina –supuestamente- iletrada. Sin embargo, no resultó demasiado convincente cuando muy capciosamente, se la acusó de un asunto que puede sonarnos, y que por eso voy a trascribiros íntegramente:

Jueves 1 de marzo de 1431.

EL OBISPO. - Convocamos y exigimos a Juana que preste juramento de decir la verdad sobre lo que se le pide, simple y totalmente.

JUANA. - Estoy dispuesto a jurar decir la verdad sobre todo lo que sé sobre el proceso, como ya he dicho. Sé muchas cosas que no se refieren al proceso y no es necesario decirlas. De todo lo que realmente sé sobre este juicio, con mucho gusto hablaré.

EL OBISPO. - Una vez más convocamos y requerimos que hagas y prestes juramento de decir la verdad sobre lo que te preguntarán, simple y totalmente.

JUANA. - Lo que pueda decir que sea cierto en lo que respecta a este juicio, lo diré con mucho gusto. Lo juro por los santos Evangelios. (Jura.) En cuanto a lo que sé sobre el proceso, con gusto diré la verdad y del mismo modo como lo diría si estuviera ante el Papa de Roma.

EL OBISPO. – Ya que sacas este asunto ¿Qué piensas de nuestro Señor el Papa? ¿Quién crees que es el verdadero Papa?

JUANA. - ¿Hay dos?

EL OBISPO. - ¿Acaso no recibiste una carta del conde de Armagnac preguntándote cuál de los tres Soberanos Pontífices debía ser obedecido?

JUANA. – Es cierto: dicho conde me escribió cierta carta sobre este hecho, a la que respondí, entre otras cosas, que le daría una respuesta cuando estuviera en París, o en otro lugar más tranquilo. Estaba a punto de montar en mi caballo cuando di esta respuesta.

EL OBISPO. - Leamos pues las copias de las cartas de dicho conde y de dicha Juana.


CARTA DEL CONDE DE ARMAGNAC 

“Mi muy querida dama, me encomiendo humildemente a vos y os ruego de parte de Dios, que, dada la división que ahora hay en la santa Iglesia universal, debida a la multitud de papas (porque hay tres pretendientes al papado: uno vive en Roma, y se hace llamar Martín V, a quien obedecen todos los reyes cristianos; el otro vive en Peñiscola, en el reino de Valencia, que se hace llamar Papa Clemente octavo; el tercero, no sabemos dónde vive, excepto sólo el cardenal. de Saint-Étienne y algunas personas con él, que se llama Papa Benedicto XIV. El primero, que se llama Papa Martín, fue elegido en Constanza con el consentimiento de todas las naciones cristianas; el que se llama Clemente fue elegido en Peñiscola, después de la muerte del Papa Benedicto XIII, por tres de sus cardenales; el tercero, que se llama Papa Benedicto XIV, fue elegido en secreto por el propio cardenal de Saint-Étienne). Rogad entonces a Nuestro Señor Jesucristo, que, por su infinita misericordia, quiera declararos quién es, de los tres antes mencionados, el verdadero Papa. Y a quien le agradará por tanto que obedezcamos de ahora en adelante: o al que se llama Martín, o al que se hace llamar Clemente, o al que se hace llamar Benedicto. Decidnos, señora, qué debemos creer, ya sea en secreto, o sin disimulo alguno, o en manifestación pública. Porque todos estaremos dispuestos a acatar la voluntad de Nuestro Señor Jesucristo.

Todo vuestro: el conde de Armagnac. "

 

LA RESPUESTA DE JUANA

"Conde de Armagnac, mi muy querido y buen amigo. Yo, Juana la doncella, os informo que vino a mí vuestro mensajero, quien me dijo que lo habíais enviado para averiguar por mí cuál de los tres papas era el verdadero, Lo cual no podré deciros por el momento, hasta que esté en París o en otro lugar, descansando, porque en este momento me encuentro demasiado ocupada por tener que combatir en la guerra.

Pero cuando sepáis que estoy en París, enviadme un mensajero y os prometo que os haré saber toda la verdad sobre lo que debéis creer, y lo que yo he sabido por consejo de mi justo y soberano Señor, el Rey del mundo entero, y cómo debéis obedecerle. A Dios os encomiendo para que os cuide y proteja."

 

EL OBISPO. - ¿Fue tu respuesta como se representa en dicha copia?

JUANA. - Creo que di esta respuesta en parte, no en su totalidad.

EL OBISPO. - ¿Dijiste que sabías por consejo del Rey de Reyes lo que debería creer el conde en este asunto?

JUAN.A - No lo sé.

EL OBISPO. - ¿Tenías dudas sobre a qué Papa debía obedecer el conde?

JUANA. - No supe decirle al conde a quién debía obedecer, ya que me pidió que averiguara a quién quería Dios que obedeciera. Por mi parte, creo que debemos obedecer a nuestro señor el Papa que está en Roma. También le dije al mensajero del conde algo más que no está contenido en esa copia de las cartas. Y si el dicho mensajero no se hubiera ido inmediatamente, habría sido expulsado, aunque no por orden mía. En cuanto a lo que me pidió saber el conde, que a quién quería Dios que obedeciera, respondí que no lo sabía. Pero le dije varias cosas más que no quedaron escritas. Y yo creo en nuestro señor el Papa que está en Roma.

EL OBISPO. - ¿Entonces por qué escribiste que darías respuesta a este hecho en otro lugar, si crees en el papa que está en Roma?

JUANA. - La respuesta que le di fue sobre otras cuestiones, además del asunto de los tres Soberanos Pontífices.

EL OBISPO. - ¿Dijiste no obstante que, sobre los tres Soberanos Pontífices, tendrías algún consejo para el conde?

JUANA. - Nunca escribí ni hice que nadie escribiera sobre las acciones de los tres Soberanos Pontífices. En nombre de Dios, juro que nunca escribí ni hice que se escribiera nada al respecto…


Pero el mal ya estaba hecho, y no haber contestado inmediatamente al conde de Armagnac que el verdadero papa era el de Roma (como creían los ingleses), selló el destino de Juana, que tan sólo dos meses después, el 31 de mayo de 1431 fue quemada en la hoguera por los esbirros del duque de Bedford…

Vale, esa es la relación entre el papa Luna y Juana de Arco, pero ¿dónde encaja el príncipe de Viana en este enrevesadísimo asunto? Pues resulta que el conde Juan IV de Armagnac se había casado en 1419 nada menos que con Isabel, la hija menor de Carlos III el Noble de Navarra.

 Y por tanto, aquel hombre que, atraído por los rumores de que Juana de Arco era guiada por las voces de San Miguel, de Santa Margarita y de Santa Catalina, pensó probablemente de buena fe que la doncella de Orleans sería la única persona en el mundo que podría desenredar la madeja de los tres papas, causando sin querer su ruina, era tío del príncipe de Viana, y primo carnal por tanto de los hijos de la pareja condal de Armagnac.

El hijo mayor de Juan IV e Isabel de Navarra se llamó también Juan, y sucedió a su padre en 1450. Pasaría a la historia fundamentalmente por cometer incesto con su hermana menor, Isabel, con la que incluso llegó a casarse y con la que tuvo dos hijos, motivo por el que fue excomulgado y perseguido luego por el rey Carlos VII de Francia, teniendo que cruzar la frontera para salvar la vida, refugiándose en Barcelona, donde precisamente le amparó su primo carnal: el príncipe de Viana, que lo recibió muy cortésmente en Barcelona –donde por aquel entonces pugnaba contra su padre por volver a Navarra- en mayo del año 1460.

Carlos dirigió también cartas en favor de Juan a distintos nobles franceses, como los condes de la Marche y de Charolais o el duque de Borbón. Asimismo, se conserva otra carta enviada al duque de Milán Francesco Sforza, recomendándole a su primo, a quien consideraba «el mejor y más leal de sus parientes».

Así que en los Armagnac, relacionados con mis tres personajes medievales predilectos y aparentemente tan dispares, estriba pues el nexo entre el papa Luna, Juana de Arco y el príncipe Carlos de Viana.

Tres outsiders a quienes la posteridad ha tratado bastante mejor que su propia época, pues la misma Iglesia que la quemó luego canonizó a Juana y santa sigue siendo hoy en día. Y el príncipe de Viana fue considerado santo también durante siglos en Cataluña, y aunque ya no sea estimado así, su memoria es venerada hoy en día en Navarra como símbolo de la justicia y la razón perseguidas, de manera que no hay casi localidad que no lo recuerde con una calle o un centro cultural, mientras que a su padre, el taimado Juan II, nadie lo recuerda entre las mugas forales más que para maldecirle. Sólo falta por tanto que Pedro de Luna sea rehabilitado por el Vaticano, de lo cual parecen haberse dado ya los primeros pasos, para que mi santísima trinidad histórica esté por fin completa.

 Aunque de todas maneras recordad:

El Juicio Final descubrirá los misterios de la Historia...” 

 

© MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2023

 

 

 

 


lunes, 14 de agosto de 2023

PAMPLONA POETICA

 

A pesar de que hoy nos pueda costar creerlo, Pamplona fue, en esa Edad Media que tantos se empeñan actualmente en tildar de “oscura”, lugar de ensoñación para literatos extranjeros muy destacados.

Sí: parece mentira pero hubo  poetas que creyeron que esta ciudad nuestra tan bronca -siempre derribamurallas, arboricida y parkingzale, que cree que es mejor tener bajo tierra Renaults Clio que termas romanas o cementerios musulmanes, que se mea en sus paisajes históricos, en el ICOMOS y en el Sursum Corda con tal de seguir levantando torres setenteramente horrendas, y que olvida veinte siglos de historia para promocionar únicamente unas fiestas sin igual que ya cansan durando 8 días, pero que las “cabezas pensantes” pretenden extender a los 357 días del año restantes, magalufizando a vecinos y residentes sin piedad alguna- sí que merecía ser recordada entre versos líricos y épicos de primera categoría. 

 

Dibujo de J.J. Montoro Sagasti - año 1933
  

Sólo son dos pequeñas citas, pero muy significativas. La primera de ellas en la novela de Chretien de Troyes “Lancelot, el caballero de la carreta”, escrita hacia 1181 por encargo de la condesa María de Champaña, la abuela de nuestro rey trovador, Teobaldo I.

El caballero de la Mesa Redonda, Lancelot (o Lanzarote, en castellano) debe rescatar a la mujer de su señor, el rey Arturo, Ginebra, secuestrada por el malvado Meleagant. Para lograrlo irá enfrentándose a distintas pruebas iniciáticas como la que da nombre a la novela, porque estaba muy mal visto que un caballero montase en una mísera carreta, y con tal de cumplir su misión Lancelot no duda en hacerlo, sacrificándose por su dama (pues ambos son amantes) pero siendo repudiado por el resto de caballeros.

Pues bien, entre los versos 1868-1882 se cuenta:

 1868      Le Chevalier après le moine

1869      Pénètre dans le cimetière. Il y voit les plus beaux tombeaux

1870      Qu'on pourrait trouver d'ici jusqu'au pays de Dombes,

1871      Et de là jusqu'à Pampelune.

1872      Sur chacun était gravé un nom

1873      Servant à désigner

1874      Celui qui un jour y serait couché.

1875      Et le Chevalier se mit à lire en silence

1876      Les épitaphes une à une.

1877      Il déchiffra: Ici reposera Gauvain,

1878      Ici Louis, ici Yvain.

1879      Plus loin il a lu les noms

1880      De bien d'autres chevaliers émérites,

1881      Les meilleurs et les plus connus,

1882      De cette terre et d'ailleurs.

 

1868 El caballero Lancelot, tras el monje,

1869 entró en el cementerio. Vio allí las tumbas más hermosas

1870 que podríamos encontrar desde aquí hasta la tierra de Dombes,

1871 y desde allí hasta Pamplona.

1872 En cada una se grabó un nombre

1873 usado para designar

1874 al que algún día yacería allí.

1875 Y el caballero empezó a leer en silencio

1876 ​​los epitafios uno por uno.

1877 Descifró: Aquí descansará Gawain,

1878 Aquí lo hará Louis, aquí Yvain.

1879 Además leyó los nombres

1880 de muchos otros caballeros famosos,

1881 los mejores y más conocidos

1882 de estas tierras y de otras partes...

Pamplona aparece sólo por tanto como referencia de distancia, como un lugar lejanísimo –visto desde Champaña, claro está- y como hito geográfico frente al país de Dombes, principado al norte de la ciudad de Lyon, en la frontera con los Alpes cuya etimología ha ido variando a lo largo del tiempo entre región baja, país de la niebla, país cubierto de madera, túmulo o país de las tumbas, que sería la acepción que mejor encajaría con lo que vemos que narra el poema. 

  

En cualquier caso, aunque hoy en día podamos resultar bastante escépticos respecto al carácter especial de nuestra ciudad, lo que se buscaría es destacar ese supuesto “exotismo” de la recóndita Pamplona, el lugar más allá de los Pirineos donde el emperador Carlomagno había sufrido su más terrible derrota.

Pero ese carácter ignoto lo perdería muy pronto en la corte de Champaña, pues la condesa María, por ser hija de Leonor de Aquitania (otra amante de las novelas de caballería), era también medio hermana de Ricardo Corazón de León, que en 1190 se acabaría casando con la infanta Berenguela de Navarra, hija de Sancho el Sabio. Pero la relación entre Champaña y Navarra quedó verdaderamente sellada con el matrimonio entre el hijo de María, Enrique el joven, con la hermana de Berenguela: Blanca de Navarra, madre del futuro rey de Navarra, el ya mencionado Teobaldo I, que con estos antepasados tan literarios y tan de leyenda, no es extraño que saliese tan buen trovador.

Tres siglos después, hacia 1460, el caballero flamenco Georges Chastelain, consejero, cronista y poeta de renombre en la corte de su señor Felipe el Bueno, duque de Borgoña, también entretejió versos con una remembranza a Pamplona en un poema alegórico titulado “L’oultré d’amour” (El indignado contra el amor), si bien es justo reconocer que en este caso influye mucho la fácil rima que en francés se produce entre “lune” (luna) y Pampelune (Pamplona). Aunque también la cita esconde una realidad menos conocida.

Porque resulta que Agnes de Kleves, sobrina del citado duque, vino a casarse con el heredero de la corona navarra: Carlos de Viana, y que pudo por tanto George Chatelain formar parte de la nutrida comitiva (comandada por su hermano, Johan de Cleves, que aprovechó el viaje para peregrinar después a Santiago) que acompañó a la princesa desde Flandes en el verano de 1439, o quizás de una de las múltiples visitas de viajeros borgoñones que en los años siguientes se produjeron, pudiendo conocer de primera mano la riqueza y lujo de la corte navarra, aunque frente al de la corte de Borgoña, cualquier otro de Europa palideciera. 

 

Georges Chatelain presenta su libro al duque de Borgoña, Carlos el Temerario

Pero precisamente la alusión que hace en su poema permite suponer que la vida en los palacios reales navarros no tenía nada que envidiar a los del duque de Borgoña, y que por tanto en Flandes se sabía/ se creía que el Reino de Navarra era riquísimo. Desde luego que un funcionario muy cercano al duque de Borgoña expresase tal opinión en uno de sus poemas, necesariamente quiere decir que la pompa y fasto alcanzados en la corte de los príncipes navarros era digna de ser señalada. 

El viajero alemán Sebastián de Ilsung cumplimenta a los príncipes de Viana en el palacio de Olite, año 1446

 

La visita más famosa de un borgoñón se produjo en 1446, cuando Jacques de Lalaing, considerado el mejor caballero de su tiempo recaló en la corte navarra. Me ocupé de ella en mi libro “Príncipe de Viana: el hombre que pudo reinar”, así que quien esté interesado podrá conocerla más extensamente leyéndolo. Pero no me resisto a poneros el fragmento más “guiri del año” del Livre des faits du bon chevalier messire Jacques de Lalaing (Libro de los hechos del buen caballero Jacques de Lalaing):

Entonces partieron todos juntos y montándose en sus caballos y mulas llegaron hasta el palacio, donde se apearon; pero bien podéis creer y saber que al pasar mi señor Jacques por las calles de Pamplona, yendo a palacio, puertas y ventanas estaban abiertas y llenas de damas y doncellas, burgueses y menos pudientes, para ver pasar a mi señor Jacques y su compañía. Y esto no debe extrañar a nadie, porque era él uno de los más bellos y jóvenes caballeros de su tiempo; e iba además muy ricamente vestido, con su ropa cargada de orfebrería.

Él era alto y fuerte, con todos sus miembros bien formados, bien parecido y agradable, dulce, amable y cortés; era un hombre valiente y nada había en él que desagradase a la vista. Quienes le veían pasar, tomaban placer en mirarle. Sobre todo las señoras y las doncellas; y es de creer que algunas de ellas lo hubiesen querido cambiar por sus maridos si hubieran podido hacerlo.

Así cabalgó mi señor Jacques por las calles de Pamplona, hasta que llegó ante el palacio, donde bajó de su caballo. Luego él, y aquellos que le acompañaban, entraron dentro del palacio, donde encontraron al príncipe y a la princesa, junto con gran número de caballeros y damas que les acompañaban. Él les hizo la reverencia, y ellos le dijeron que fuese muy bienvenido: él y toda su compañía.

“Mi señor Jacques –dijo el príncipe– vendréis a oír la misa con nosotros; luego, después de escuchada la misa, hablaremos con vos.” Mi señor Jacques respondió: Monseñor, cúmplase vuestro deseo”.

El príncipe entró primero entonces en su capilla; y la princesa, llevando a mi señor Jacques de la mano, entró después que él, y así oyeron la misa los tres juntos. Luego, terminada la misa, salieron de la capilla y entraron en una rica cámara, muy noblemente cubierta de tapices, donde el príncipe y la princesa, los altos barones, los señores y el Consejo, se sentaron. E igualmente, por orden del príncipe se sentó mi señor Jacques entre todos ellos.”

Durante décadas muchos autores defendieron precisamente que fue el propio Chatelain quien redactó el libro sobre las hazañas de Jacques de Lalaing, aunque ahora se cree que no fue él. Desde luego no hay constancia de que Chatelain estuviera por esos años en Navarra, aunque sí de que residía en la vecina corte de Francia, así que si él mismo no acudió en persona, pudo conocer de labios de compatriotas borgoñones esa fama suntuaria de la corte de los príncipes de Viana, abruptamente finalizada con la muerte de la princesa Agnes en 1448. 

Pero volviendo al poema de Chatelain, su alambicado argumento podría resumirse en como un caballero y su escudero alegan distintas razones a favor y en contra del amor, teniendo en cuenta que la mujer amada por el caballero –“dama de maravillosa belleza y gran nobleza”- acaba de morir tras nueve años de felicidad común. La amargura del caballero intenta ser consolada por los argumentos del escudero, que le invita a no eternizar su duelo. Finalmente serían los caballeros y damas que escuchasen el poema quienes decidiesen en uno de los conocidos como “juicios de amor” qué postura era la más honorable y adecuada para que adoptara el protagonista.

Y al describir la tristeza del caballero que ha perdido a su gran amor, es cuando Chatelain saca a relucir Pamplona, cuyas riquezas no bastarían para consolarlo:  

Triste là plus dessous la lune,

en quoi tout l'or de Pampelune,

ne du monde pour abregier,

ne suffiroit pour l'alegier.

 

Triste quedó allí, bajo la luna,

cuando ni todo el oro de Pamplona,

ni el del mundo entero, por abreviar,

sería suficiente para aliviar su pena.

Así que hemos visto al mejor caballero de ficción (Lancelot du Lac) y a dos de los mejores caballeros que sí existieron (Jacques de Lalaing y Georges Chastellain) haciendo guiños literarios a la casi siempre hosca ciudad de Pamplona, lo cual les agradezco vivamente, porque no es esta, evidentemente, tierra que permita demasiadas inspiraciones poéticas. Pero como los buenos sólo ganan en las películas, convendrá advertir que los dos caballeros reales murieron ambos en batalla, siempre al servicio de los duques de Borgoña.

Jacques durante la Revuelta de la ciudad de Gante, el 3 de julio de 1453, luchando por Felipe el Bueno. Su armadura, su lanza y su espada nada pudieron hacer contra la bala de cañón lanzada por los defensores del castillo de Poucques, que destrozó aquel cuerpo tan admirado por las pamplonesas. En cuanto a Georges, murió en el asedio de Neuss, en 1475, al servicio del nuevo duque: Carlos el Temerario.

Sic transit gloria mundi…  




®MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2023


lunes, 17 de julio de 2023

CARLOS II DE NAVARRA CON C DE CHARLES

 

Mi amigo Galder Rodríguez Calparsoro tuvo hace días la gentileza -que le agradezco vivamente- de advertirme de la existencia de unos documentos relacionados con Carlos II de Navarra conservados hoy en día en los Archivos Departamentales de Calvados, en la ciudad normanda de Caen. Así que aprovecho para retornar fugazmente a mi abandonado blog para recuperar su fascinante historia.

Se trata de tres pergaminos en los que el rey de Navarra -actuando como conde de Evreux- se ocupa de la abadía de Saint-Cyr de Friardel, monasterio fundado en aquella villa normanda en el siglo XIII, que como tantos otros edificios medievales de la zona (muchos de ellos con connotaciones navarras) fue totalmente destruido en la II Guerra Mundial, durante el desembarco aliado de Normandía, en 1944. 

Hoy sólo podemos evocarlo por viejas fotografías de principios del siglo XX, porque lo único que nos queda es un yacente y un precioso fragmento de mural del siglo XIV, donde -quién sabe- quizás aparezca representado el caballero Robert de Friardel, que es quien se somete al juicio señorial de Carlos II en uno de los citados documentos. 


 
 

El caso es que en uno de esos friardelescos títulos (Signatura: H/9076/2), la inicial C de Charles aparece decorada con un cuartelado Francia/Navarra, mellizo (ya que no gemelo) del Navarra/Francia que campea en la bóveda de Ujué, y del que tanto me ocupé en mi libro EN RECTA LÍNEA. 

 
 
 Un documento expedido por la cancillería navarra y que por lo tanto no podía dudar de la conveniencia y especial significación de insertar o no la banda componada de gules y plata propia de los Evreux en la intitulación regia. De hecho, el sello pendiente de Carlos II que lo valida sí que la ostenta. Así que, ¿porque se arriesgarían a no colocarla también en la letra inicial? ¿Por pura vagancia o por falta de destreza a la hora de tener que dibujarla? Es dudoso, dada la evidente calidad decorativa de esa letra. Entonces, ¿quizás por reforzar la posición del rey de Navarra ante las inminentes negociaciones con su archienemigo y cuñado Carlos V de Valois? 
 
Porque el documento lleva fecha de febrero de 1370, y sabemos que precisamente esos fueron unos años claves para los dominios normandos del rey de Navarra, que en 1365, tras su derrota en la batalla de Cocherel del año anterior, había tenido que firmar un tratado con su rival por el cual aceptaba entregar las ciudades de Mantes, Meulan y Longueville (muy estratégicas por su cercanía a París), a cambio del señorío sobre la muy alejada ciudad de Montpellier. Y ese tratado se rubricó el 25 de marzo de 1371 en Vernon, cuando rodilla en tierra, Carlos II rindió homenaje a Carlos V de Valois "por todos los territorios que aún poseía en Francia", lo que suponía renunciar para siempre a sus legítimos derechos al trono de San Luis.

Puestas así las cosas, quizás ese cuartelado Francia/Navarra del documento del que estoy hablando, constituya una de las últimas "reivindicaciones" públicas de esos derechos, realizadas en un documento destinado a una apartada abadía normanda, sí, pero públicas al fin y al cabo. De hecho el pergamino aparece catalogado en el Archivo del Departamento de Calvados con fecha de febrero de 1371, lo que todavía acercaría más ambos acontecimientos, aunque yo sigo leyendo Mil Trois Cents Soixante Dix (1370).
 

 El tablero reivindicativo del rey de Navarra sobre Francia que hoy día conservamos quedaría pues así, con la clave de Ujué, la queja del rey de Francia sobre la utilización del cuartelado Navarra/Francia por parte de Carlos II y este "nuevo" documento normando, que muestra el cuartelado Francia/Navarra, dando prioridad al reino más grande (sólo en tamaño, que conste): 



Pero el documento aún contiene otra curiosidad más, porque viene firmado nada menos que por "Froissart", un nombre que inmediatamente nos evoca a uno de los autores más famosos de aquellos tiempos, firmante de las famosas Crónicas:


Crónicas en las que, por cierto, no sale nada bien parado el rey de Navarra. De hecho muchos de los bulos históricos que su figura sigue padeciendo hoy en día, fueron creados precisamente por Jehan Froissart. Por ejemplo, el de que el rey de Navarra, por sus muchos pecados, murió quemado en su cama del palacio de Pamplona, igual que un alma condenada en el Infierno. 



Pero claro, es que Froissart escribía a sueldo, por citar sólo uno de sus mecenas, de Gastón Febus, el renuente cuñado de Carlos II, que repudió a su legítima esposa, Agnes de Navarra, y que por tanto no apreciaba en absoluto al bueno de Charles. 
 

 Por lo tanto no es probable que Jehan Froissart ejerciera de secretario -siquiera fugazmente- del rey de Navarra. Pero quien sí lo hizo fue Jacques Froissart, de quien sabemos que ya en 1364, en la mencionada derrota de Cocherel, fue hecho prisionero por los franceses. Carlos II tendría su labor en gran estima y debió rescatarlo, porque sigue apareciendo años más tarde a su servicio (lo cual no era un trabajo sencillo ni envidiable, teniendo en cuenta que a otro de sus secretarios, el fidelísimo Pierre du Tertre, el rencoroso y vengativo rey de Francia lo hizo apresar, torturar y finalmente descuartizar pocos años después, en 1378). 


 
Lo que no sabemos es si Jacques y Jehan Froissart serían parientes, quizás incluso hermanos, lo cual sería digno de una novela decimonónica, cada uno de ellos convertido en defensor de dos señores distintos y además enfrentados entre sí. Pero bien pudiera ser...
 
Lo dicho: muchísimas gracias, Galder, por hacerme recuperar un trocico olvidado de nuestra historia, y sobre todo por permitirme volver a entrar en batalla enarbolando las armas Navarra/Francia o Francia/Navarra, que tanto montan en este caso, y tan sólo seis siglos después, que para mí es como si hubiera sido antesdeayer.
 


 
 
 
©MIKEL ZUZA VINIEGRA, 2023


 
 
 


 

 


viernes, 6 de enero de 2023

UNA NUEVA LECTURA DE LA PORTADA DE UJUÉ (y 2)


(Continúa de Una nueva lectura de la portada de Ujué (y 1)

...Pero otro de los episodios recogidos en la citada Biblia es, precisamente, aquel que pone en contacto la traición de Judas con la conocida leyenda del gallo asado, que hemos visto que es muy antigua, puesto que figura ya en aquellas variantes griegas del Evangelio de Nicodemo, y que debió llegar hasta los juglares franceses del siglo XIII a través de los peregrinos o los cruzados que regresaban de Tierra Santa.

Veamos la narración:

Oez de Judas qu'il devint.

Chiés sa mère est alez tôt droit,

a l'ostel ou elle manoit;

laiens faisoit on le mengier,

chaspons rostir et tornoier.

Judas a sa mère dit

comne il a vendu Jhesuchrist.

Celé respont : filz, tu as tort,

il doit resusciter de mort,

pieça a dit li nostre sire,

a toi meïsmes l'oï dire.

Dist Judas: lessiez tel sermon.

Veez vous rostir cel chapon?

Ne plus que jamès chantera,

Jhesus ne resuscitera.

Oyez grant miracle de Dieu!

Li cos qui rostissoit au feu

est arrière vis devenu,

de la broche s'en est issu,

emmi la meson vet chantant.

Lors fu Judas forment dolent,

d'ilec s'en va sanz plus atendre,

aus Juïs vet leurs deniers rendre.


“Oid qué hizo entonces Judas.

Fue directo a casa de su madre,

al lugar donde moraba;

estaba haciendo la comida,

asando un capón.

Judas le dijo a su madre

Cómo había vendido a Jesucristo.

Ella respondió: hijo, te equivocas,

porque Él debe resucitar de entre los muertos,

así lo prometió nuestro señor,

a ti mismo te lo oí decir.

Dijo Judas: deja ya ese sermón.

¿Estabas asando este capón?

pues igual que él ya jamás volverá a cantar,

Jesús nunca resucitará.

¡Y Escuchad el gran milagro de Dios!

El cuerpo que se asaba en el fuego

volvió a ponerse en pie,

del asador salió,

y subió al tejado de la casa cantando.

Entonces Judas, asustado,

de allí se marchó sin esperar más,

porque quería devolver las 30 monedas de plata a los judíos.

Prácticamente la misma historia que aparece recogida en otro manuscrito posterior, fechado en el siglo XIV que se conserva en la British Library, y que cuenta como Judas, tras traicionar a Jesús, discute con su madre sobre la resurrección de su maestro:

Judas, enfurecido, vio entonces sobre la cocina una marmita en la que había un gallo a medio cocer y le dijo a su madre: afirmo que este gallo desplumado y a medio cocer está mucho más vivo que alguien muerto en la cruz. Apenas dicho esto, el gallo medio cocido revivió y saliendo de la marmita apareció con todas sus hermosas plumas, subió al tejado de la casa y pasó allí todo el día cantando, proclamando la resurrección de Cristo.”

¿Podría hacer alusión el gallo del tímpano de Ujué a esta antigua leyenda sobre la Pasión de Cristo, que al parecer se representaba con éxito en Francia en el siglo XIV? Creo que sí, atendiendo sobre todo a ciertos elementos representados en la portada y a la alta probabilidad, ya comentada, de que el donante sea Carlos II.

Porque, en efecto, en la Edad Media la Biblia rimada formaba parte del repertorio de los juglares al mismo nivel que los cantares de gesta, y Jesucristo, la Virgen o los santos tenían sus propias chansons e incluso mayor éxito popular que héroes épicos como Roldán o Carlomagno. Y esos poemas, con el tiempo, acabarían dando paso a obras teatrales o dramas sacro-líricos denominadas “Misterios”.

Esos Misterios, cuyo origen más remoto podría rastrearse en el siglo XI, cobraron verdadera importancia a mediados del siglo XIV. Consistían en una sucesión de cuadros dialogados que gozaban de un éxito inimaginable. Empleaban para sus argumentos historias y leyendas de las que se había nutrido la imaginación y la creencia popular durante siglos. La Pasión de Cristo fue su tema principal.

Entre los siglos XI y XV, pasaron de celebrarse en el coro de las iglesias, a salir a los pórticos y finalmente a las calles. En el siglo XII, estas obras dramáticas ya se habían generalizado y del latín pasaron a representarse en francés, cada vez más independientemente de las ceremonias religiosas propiamente dichas, razón por la cual también pasaron de ser interpretadas exclusivamente por clérigos a serlo por laícos. Originariamente, la Iglesia los ofrecía a la población en medio de fiestas-espectáculos de varios días buscando captar la atención de un público analfabeto, para completar así la enseñanza de las portadas esculpidas y las vidrieras. Pero en el siglo XIV comenzaron a organizarse con el apoyo de gremios y cofradías, cuyos miembros se convertían en actores que interpretaban las distintas obras.

En 1398, ante los actos violentos que se cometían por la gran aglomeración de gente, el preboste de París prohibió todas las representaciones teatrales. Pero el rey Carlos VI autorizó en 1404 a los cofrades de la Pasión, compañía creada en Saint-Maur-des-Fossés, a actuar en París, obteniendo así el monopolio de organización y representación de los Misterios en la capital del reino. Probablemente esta cofradía fuera la heredera de aquellos burgueses de París que al menos desde 1370, según el polígrafo coetáneo Nicolás de Oresme, interpretaban la Pasión. Los mismos años más o menos en los que aparece recogida en la biblioteca del rey Carlos V de Valois, una Pasión rimada para interpretar con personajes.

Sabemos que esas cofradías tuvieron también un fuerte arraigo en la Alta Normandía, territorio muy relacionado con los reyes de Navarra, que eran también condes de Evreux. Así, queda constancia de que la Cofradía de los Doce Apóstoles de Amiens y la de la Caridad de Rouen organizaban regularmente representaciones de la Pasión ya en el último cuarto del siglo XIV. Y conocemos igualmente el dato de que Carlos II de Navarra y su mujer, Juana de Valois, fundaron el 23 de octubre de 1353 la Cofradía del Perdón en la catedral de Evreux. Y aunque no hemos conservado sus estatutos para saber si llevaban a cabo representaciones teatrales, es de suponer que al respecto actuarían igual que las cofradías de sus ciudades vecinas, porque los integrantes de las cofradías tenían la misión fundamental de promover la devoción propia de cada agrupación, y la mayoría lo hacían organizando representaciones teatrales y también concursos de poesía y de pintura.

Precisamente una de las recopilaciones más antiguas de dichos Misterios es la que pertenecía a la iglesia parisina de Sainte-Genevieve, y que hoy se conserva en la BNF, Ms 1131,es una copia de mediados del siglo XV del manuscrito original datado hacia 1350, pero cuyo probable origen son los ya citados poemas sueltos que fueron reuniéndose durante el siglo XIII para poder teatralizar toda la vida de Cristo, desde su nacimiento hasta su resurrección, y también la historia de la Virgen María desde su matrimonio hasta su asunción.

La idea era mostrar a los espectadores los dos misterios fundamentales del cristianismo: la Encarnación y la Resurrección, pero progresivamente a la Resurrección se añadieron más y más escenas de la historia de la Salvación, como la Creación del Mundo o el Juicio Final y del mismo modo la Natividad fue aumentada con más y más escenas sobre los profetas que habían advertido de la llegada del Mesías, la Anunciación, la Visitación, o los reyes magos. La Natividad y el Juego de los Tres Reyes están claramente inspirados por un relato anterior: “La Anunciación de Notre Dame”. La Pasión y la Resurrección por los evangelios canónicos y el de Nicodemo, junto con gran variedad de leyendas, algunas de las cuales no estaban en las pasiones populares copiadas por Geoffroi de Paris.

Por ejemplo, una que sí aparece en la Colección Sainte-Genevieve, que puede ser la más antigua de todas, pues proviene de dos tratados escritos por San Agustín sobre el Evangelio de San Juan: la del debate doctrinal al pie mismo de la cruz entre dos personajes alegóricos: la Iglesia y la Sinagoga. Los Padres de la Iglesia ya habían dicho que Cristo era un segundo Adán, venido para reparar los pecados del primero. Igual que Eva salió del costado de Adán durante su sueño y trajo consigo la perdición del mundo, la Iglesia salió por el costado de Cristo muerto. La sangre y el agua que se deslizaron entonces por la lanza de Longinos simbolizan los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía, que debían reemplazar los sacrificios de la Ley Antigua, representada por la Sinagoga.

Tanto Weber como Mâle afirman que es una iconografía mucho más frecuente en el siglo XIII. Su popularidad habría declinado rápidamente a partir de mediados del siglo XIV, precisamente porque por la influencia cada vez mayor de los Misterios teatrales, pintores y escultores prefirieron representar crucifixiones “más pintorescas” y menos simbólicas. No obstante, aparece representada también en la ya citada portada del refectorio de la catedral de Pamplona, datada hacia 1335, y quizás el ejemplo más destacado de todos sea la sarga o tejido frontal para el altar de la catedral de Narbona, ofrecido hacia 1375 por Carlos V de Francia y su esposa Yolanda de Borbón, que muestra probablemente la Pasión tal y como se interpretaría en los Misterios. Este paramento nos muestra al crucificado entre la Iglesia y la Sinagoga, y bajo ellas los dos donantes. Es un indicio de que la Pasión de santa Genoveva debió haber estado en contacto más o menos estrecho con la ya comentada Pasión de la Biblioteca de Carlos V, y que quizás no fuera más que una reelaboración de la misma.


Y otra leyenda que también recoge la Pasión de Sainte-Genevieve –y que aparecía ya en la Leyenda Dorada- es una que vuelve a poner en relación al gallo con San Pedro y no con Judas, que cuenta que Cristo, tras su Resurrección, fue a liberar a San Pedro, que desde que había renegado de su maestro se había encerrado en una cueva llamada precisamente por eso “Gallicantus”. Jean de Gerson, rector de la Sorbona y teólogo más famoso del siglo XIV lo cuenta así en uno de sus sermones:

Entonces el gallo cantó y Jesús miró a Pedro, que salió de la estancia a llorar amargamente. Y después se lanzó, según dicen los Doctores de la Iglesia, a una zanja o cueva que se llama Gallicantus o Chantecoq “Canto del gallo”, porque tras traicionar a su maestro, no se atrevía a convivir con los demás discípulos”.


Esa escena aparece representada también en los relieves sobre la vida de Cristo que ornan la clausura del coro de Notre-Dame de París, obra terminada hacia 1351, y al parecer acabó también por dar nombre o se convirtió en motivo decorativo de ciertos relojes en aquella época.

Con el tiempo, y ante el éxito obtenido por las representaciones teatrales, Encarnación y Resurrección se soldaron en una sola pieza, constituyendo un drama único que contenía todos los ciclos. Por eso las obras podían desarrollarse durante días, habitualmente todos los domingos de un mismo mes, aunque también podían darse en fiestas y celebraciones señaladas del calendario litúrgico. La representación se desarrollaba durante horas, debido a la gran extensión de los libretos, y por eso su contemplación era una experiencia que podía quedar marcada de forma indeleble en la memoria de los espectadores. Su consolidación trajo consigo el empleo de vestuario, música y escenografías cada vez más elaboradas, y también el deseo de complacer el gusto morboso de las gentes por escenas que se desarrollaban en el Infierno, pues entre los cientos de personajes que interpretaban las obras, los de mayor seguimiento entre el público fueron siempre los demonios, hasta el punto de que sus escenas –llamadas “diablerías”- eran siempre las más esperadas, ya que mostraban su oposición a Dios y a los santos con gestos violentos y bromas estrepitosas que suponían el elemento más divertido del espectáculo.

La Pasión devino por tanto en un conjunto, el Misterio por excelencia que acabó englobando a todos los demás. En ese sentido, la Colección Sainte-Genevieve es una recopilación de vidas y milagros de santos y de Misterios de la vida de Cristo teatralizados que contiene las siguientes obras:

-EL NACIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR

-EL JUEGO DE LOS TRES REYES

-LA RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR

-LA VIDA DE SAN FIACRO

-LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR

-EL MARTIRIO DE SAN ESTEBAN

-LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO

-LA CONVERSIÓN DE SAN DENIS

-COMO SAN PEDRO Y SAN PABLO FUERON A ROMA

-EL JUEGO DE SAN DENIS

-LOS MILAGROS DE SANTA GENOVEVA

Las tres de mayor éxito fueron sin duda las que ponían en escena el Nacimiento de Cristo, los Tres Reyes Magos y la Pasión.

La primera se abría con un sermón que expresaba la necesidad de la Encarnación. Dios, después de crear el mundo y a los ángeles, creaba a Adán y Eva. Después los profetas Amós y Elías recordaban a todos los augurios de la Sibila, que había predicho la muerte de Cristo en la cruz. Adán muere y Satán lo lleva al Infierno, pero Set planta una semilla de la vida sobre su tumba. Adán, Eva y sus descendientes acaban en el Limbo. Los profetas Isaías y Daniel imploran la misericordia divina. Vienen luego episodios de la vida de la Virgen: la Anunciación, la Visitación, el Nacimiento de Cristo y el Anuncio a los pastores.

La segunda deriva directamente de antiguos dramas litúrgicos con el mismo tema, que se conservaron en las iglesias rurales largo tiempo, y también de ciertas ceremonias que todavía subsistían en París a fines del siglo XIV, sobre todo en el entorno de la realeza, como podemos leer en la Crónica de Juan II y Carlos V, que narra la ceremonia que el rey de Francia realizaba la noche de Reyes, en aquella ocasión concreta ante el emperador alemán Carlos IV, de visita en París en el año 1378. Obreros, burgueses, príncipes y señores presentaban su ofrenda ante el altar como en tiempo de los Reyes Magos. Veamos:

Y cuando llegó el momento de la ofrenda, el rey había hecho preparar tres clases de presentes: uno de oro, otro de incienso y otro de mirra, para ofrecerlos en su nombre y en del emperador, como se acostumbraba en aquella festividad.

E hizo preguntar el rey al emperador si participaría en la ceremonia, pero el emperador se excusó porque era ya muy viejo y no podía arrodillarse ni hacer muchas otras cosas, y rogó al rey que fuese él quien hiciera la ofrenda, como era costumbre.

Así fue pues la ofrenda del rey: tres caballeros, sus chambelanes, llevaban en alto tres hermosas copas doradas y esmaltadas: en una estaba el oro, en otra el incienso y en la tercera la mirra. Y desfilaron los tres en orden con el rey cerrando la marcha, y todos se arrodillaron ante el altar, el rey ante el arzobispo. Y la primera ofrenda, que era la copa con el oro, se la entregó al rey el caballero que la portaba, y el rey se la ofreció a su vez al arzobispo besándole la mano. La segunda, que era la copa con el incienso, se la entregó el segundo caballero al primero, y este al rey, que se la entregó a su vez al arzobispo besándole la mano. Y la tercera, que era la copa con la mirra, se la entregó el tercer caballero al segundo, y este al primero, y este al rey, quien se la entregó a su vez al arzobispo besándole la mano. Así hizo el rey Carlos su ofrenda, devota y honorablemente”.

Tanto la Natividad como el Juego de los Tres Reyes bebían de la misma fuente: el Relato de l’Annonciation de Nostre-Dame.

Ofrendas similares están documentadas en la liturgia de la Epifanía para otros reyes coetáneos de Carlos V de Francia, como Eduardo III o Ricardo II de Inglaterra y también para Pedro IV de Aragón. De hecho, puede que en 1348, Eduardo III se hiciera representar (el cetro que porta uno de los magos está inspirado en el que aparece en el gran sello céreo del rey) como uno los Reyes Magos en las pinturas murales de la capilla de San Esteban del palacio de Westminster, donde desde luego sí que aparece como donante, en el nivel inferior. Desafortunadamente, la capilla ardió en 1843, así que sólo quedan dibujos de su disposición de principios del siglo XIX. En todo caso, la inclusión de la escena de la Epifanía podría ser la respuesta inglesa a que la monarquía francesa tenía entre sus ancestros a los Reyes Magos, y quería él también apropiarse de ellos como símbolo de la dinastía Plantagenet.








¿Si todos estos monarcas las realizaban, se quedaría Carlos II de Navarra al margen de una costumbre regia tan extendida? Es muy dudoso, así que ¿podría ser entonces el tímpano de Ujué un recuerdo de esas ceremonias, movido por el afán que tuvo el último Capeto de emular y repetir todos los signos y símbolos posibles de la realeza francesa, y sobre todo de competir con su archienemigo Carlos V de Valois en todos los campos posibles, como ya mostré en mi libro “En recta línea”?

Lo juzgo muy posible, por la utilización que en la Edad Media se hizo de la figura de los Reyes Magos como modelo ideal de virtudes para los reyes de la época. No existe, sin embargo, constancia documental de que Carlos II llegara a practicar esa ofrenda concreta, y el único acto específico relacionado con los Reyes Magos que puede ponerse en relación con la monarquía navarra es el del Rey de la Faba. Precisamente sabemos que Carlos II lo celebró al menos en 1381 y 1383.

No obstante, para dar idea de la importancia y el simbolismo que en aquella época se daba a los Reyes Magos, sí que podemos poner en relación con el rey de Navarra una historia transmitida por el cronista de la abadía inglesa de Canterbury, William Thorne, que hacía 1380 narró de esta manera el nacimiento del futuro Ricardo II de Inglaterra, ocurrido el día de reyes del año 1367 en la ciudad de Burdeos:

“Y tres Reyes Magos asistieron a su nacimiento: el rey de España, el rey de Navarra, y el rey de Portugal, los cuales trajeron consigo preciosos regalos al niño recién nacido”.

En efecto, Ricardo, segundo hijo del príncipe negro, Eduardo de Wodstock, lugarteniente de su padre, Eduardo III, en Aquitania, vino al mundo en medio de las negociaciones emprendidas a fines de 1366 entre varios reyes que desembocarían en la batalla de Nájera de abril de 1367. En ese contexto, el “rey de España” no es otro que Pedro I de Castilla, expulsado por aquel entonces de su reino por su hermanastro, Enrique de Trastámara. Para recuperarlo, se refugió en la Gascuña inglesa y pidió ayuda al citado príncipe negro, que buscó rápidamente más aliados para empresa tan arriesgada. Y los encontró en Carlos II de Navarra, cuyo concurso era necesario pues su reino era la puerta de España, y en Jaime IV de Mallorca, rey exiliado que vio en la guerra civil castellana la posibilidad de volver a su reino. Fue él y no el rey Pedro I de Portugal quien pudo estar por tanto presente en el nacimiento del heredero inglés.

Pero el cronista William Thorne, muy cercano a la corte, no andaba descaminado a pesar de su error de identificación entre el rey de Portugal y el de Mallorca, porque lo que en realidad le interesaba era subrayar el signo divino que suponía para el heredero inglés haber nacido precisamente el día de la Epifanía y haber sido agasajado por tres reyes, convirtiendo así al niño en una contrafigura del propio Cristo, y la ascensión de Ricardo al trono en una especie de mandamiento divino. Algo que el monarca tuvo siempre muy en cuenta, a efectos de propaganda de su realeza.

A pesar de todo, no existe ninguna otra fuente documental que corrobore que estos tres reyes asistieran juntos al bautizo de Ricardo en Burdeos. Es más, las cuentas del tesorero de Carlos II establecen que aunque el rey de Navarra hizo una visita a la corte del príncipe negro en Burdeos pocos días antes de que Ricardo naciera, no estuvo presente en el nacimiento mismo o en el bautismo subsecuente (ocurrido a los dos días, el 8 de enero de 1367). Y como Pedro de Castilla se encontraba en ese momento en Bayona, 185 kilómetros al sur de Burdeos, donde fue visitado por Carlos II de regreso a Navarra, es poco probable que él estuviese presente tampoco. Del paradero de Jaime IV no se sabe nada. Lo que sí es posible es que los citados tres reyes, interesados por distintos motivos en tener contento al príncipe negro, enviasen lujosos regalos para el recién nacido, lo cual daría origen a la historia narrada por William Thorne, que ejemplifica de todos modos a la perfección la importancia alegórica de los Reyes Magos para un rey medieval. Algo subrayado por este pasaje de la Crónica aragonesa de Ramón Muntaner –escrita hacia 1330- en la que al hablar del viaje a Sicilia en 1282 de la reina Constanza de Hohenstaufen y sus hijos, los infantes Jaime y Federico (la familia de Pedro III el Grande), se dice:

“En cuanto las naves y las galeras se hicieron a la mar, el mismo Señor que guió a los tres Reyes con una estrella para que no se perdiesen, mantuvo también a estas tres personas en su estela de gracia. Esto es: a mi señora la reina doña Constanza y al señor infante don Jaime y al señor infante don Federico. Y ciertamente eran tres personas que se podían compararse con los Tres Reyes que fueron a adorar a Jesucristo, los cuales uno tenía por nombre Baltasar, el otro Melchor y el otro Gaspar.

Baltasar fue el hombre más devoto que haya nacido nunca, y el que más placía a Dios y al mundo entero. Y lo mismo podemos decir de mi señora, la reina, porque desde nuestra señora Santa María hasta entonces, no había nacido mujer más piadosa, ni más santa, ni más llena de gracia que ella. Y al señor infante don Jaime podríamos compararlo a Melchor, que fue el hombre más justo, cortés y amante de la verdad que haya nacido, salvo Jesucristo. Y por eso podemos compararlo con el infante don Jaime, que todas estas bondades y muchas más poseía. Y al infante don Federico podríamos compararlo con Gaspar, que era joven y niño, y el más bello hombre del mundo, y sabio y amante de la rectitud.

Por tanto, así como Dios quiso guiar a aquellos tres Reyes, así mismo guió a estas tres personas y a todas las que con ellas iban en las naves. Y para demostrarlo, en vez de la estrella, Dios les dio buen viento y no los desamparó hasta que, sanos, salvos y alegres, llegaron al puerto de Palermo”.

Vemos pues que, en la literatura de aquella época, los Reyes Magos son presentados siempre como personajes virtuosos, y son vistos como los primeros peregrinos, además de como cristianos ejemplares, caritativos, generosos y sabios. Justo las mismas cualidades que los tratados educativos o "Espejos de príncipes" exigían para un rey medieval. Y sabemos que Carlos II o su mujer, Juana de Valois, enviaron en 1367 a Navarra una copia de más famoso de todos ellos: el Regimine Príncipum, escrito por Egidio Romano. Una copia que todavía aparece en el inventario de los libros del príncipe de Viana, confeccionado tras su muerte, en 1461.

Volviendo a la portada de Ujué, y reiterando la posibilidad de que el donante representado en su tímpano, en base a la prueba indudable de que la clave Navarra/Francia de la bóveda también le pertenece, sea Carlos II, que aparecería figurado junto a la Epifania, una escena tan significativa para la sociedad medieval que se representaba en autos sacramentales y luego en misterios teatrales al menos desde el siglo XII. Y si tenemos en cuenta además que a esa escena la acompaña la de la Última Cena, con dos rasgos muy concretos de ese tipo de representaciones tan populares: el de Judas robando el pescado del plato de Jesús y el probable del gallo asado que revivió al dudar el apóstol traidor de la Resurrección de Cristo, quizás muchas otras imágenes de esa portada podrían también interpretarse en relación a estos ya citados Misterios teatrales.


Porque lo cierto es que si comparamos las escenas talladas en la portada de Ujué con las representadas en los Misterios de Sainte-Genevieve, podremos ver que hay nada menos que once coincidencias entre ambas: Anunciación, Visitación, Natividad, Anuncio a los pastores, Adán y Eva, los Tres Reyes, la Última Cena (con Judas al otro lado de la mesa y el gallo que aludiría también al apóstol traidor), San Pedro y San Pablo y un santo cefalóforo, que sería San Denis.


Incluidas también las que no podemos identificar en los capiteles del santuario, como las que representarían a la Gramática y la Retórica (que podrían ser los profetas que anuncian la venida del Mesías) y los músicos o los hombres montados en dragones, que podrían relacionarse también con espectáculos teatrales. Algo indudable en el caso de los músicos, y plausible en el de los híbridos, que recuerdan a lo que ahora podríamos identificar como “zaldikos”, las figuras burlescas que acompañaban los cortejos y espectáculos patrocinado por las autoridades civiles o eclesiásticas en las grandes solemnidades festivas, y cuya presencia podemos rastrear también en la portada del fondo del refectorio de la catedral de Pamplona.





Y sobre esos acontecimientos pensados para ganarse al público asistente, convendrá recordar de nuevo lo que ya dije en mi último libro:

“tras su liberación en noviembre de 1357, Carlos de Navarra llevó a cabo una política muy hábil de propaganda personal a base de ceremonias de entrada en las ciudades propias de un rey (que es lo que realmente era) y de discursos ante la multitud en los que defendió sus derechos de forma tan elocuente que su causa pronto fue sumando adeptos. Porque preocupándose de lo que pensaban las gentes, y trabajando por convencerlas, de forma innovadora había comprendido que el juego político pasaba ahora por el empleo de nuevos procedimientos que apelasen a la opinión pública”.

Así pues, mi hipótesis es que Carlos II conoció el éxito de esos Misterios, representados desde mediados del siglo XIV en todas las ciudades importantes de Francia, como Amiens, Rouan y sobre todo París, precisamente las ciudades en las que realizó entradas verdaderamente regias. Y que dado su interés por los libros, alabado por sus contemporáneos, pudo poseer alguna copia de dichos misterios, lo que unido a que –de manera innovadora, políticamente hablando- siempre se mostró interesado por la propaganda de su causa, puede ser que escogiera alguno de aquellos argumentos que seguro presenció personalmente, para decorar el templo que, con el tiempo, acabaría convirtiéndose en su predilecto y en el de sus sucesores, aquel en el que depositaría su propio corazón y donde quiso crear una universidad.

De que le interesaba el teatro tenemos al menos una prueba circunstancial: un documento fechado en el emblemático año de 1364 –en el que perdió todas sus opciones reales al trono francés tras la derrota de Cocherel- según el cual en agosto organizó en el palacio de Tiebas un festejo muy al estilo de su añorada corte de París, en el que intervinieron 16 danzantes vestidos de hombres salvajes que remedaban su pelo largo con lana de ovejas negras y llevaban “fals visages” o “caruchas”.

En esas coordenadas, la escena principal de la portada sería una respuesta más al usurpador del trono de San Luis, Carlos V de Valois, igual que lo es la clave de la bóveda, y podría replicar posiblemente una ofrenda que los reyes de Francia acostumbraban a hacer cada 6 de enero. Y el resto de imágenes representadas podrían ser un recordatorio del espectáculo más exitoso y a la moda de la Francia de su tiempo, aquel capaz de grabar los episodios más trascendentes (y también más fantasiosos) de la Historia Sagrada en las mentes de quienes lo contemplaban, mucho mejor y de forma más duradera que los sermones de los clérigos.


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-En recta línea / Mikel Zuza. Pamplona, 2022.


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